Sociedad del ruido / Luis Fernando Torres
A medida que crecen las ciudades del mundo en desarrollo, el ruido invade los espacios públicos. Altoparlantes instalados en las veredas, motocicletas y vehículos sin silenciadores, carros con bocinas, bandas y equipos de sonido en jardines y lugares de recreación, son parte rutinaria del ambiente ensordecedor, por ejemplo, del centro urbano de Ambato.
Llega un momento en que la gente se acostumbra al ruido, generalmente con un costo no percibido, esto es, la pérdida de la capacidad auditiva. Muy pocos advierten que la manera más fácil de adaptarse al ruido es por medio del deterioro natural del oído. Por ello, el daño físico que provoca el ruido es fácilmente demostrable.
Llama la atención que los municipios se encuentren entre los promotores del ruido. Otorgan permisos para que carros con potentes parlantes ocupen los parqueaderos pagados en las calles y, desde allí, anuncien y vendan productos, bajo una nueva modalidad de comercio ambulatorio. Se calcula que en Ambato está constituida una organización con más de 50 vehículos que se ubican en 50 cuadras del centro de la ciudad, sin que el Municipio adopte medida alguna de protección de quienes viven y trabajan en esas zonas. Hacen ruido aparentemente legalizado.
Y, cuando alguien reclama, los funcionarios municipales le responden que el Municipio carece de competencias para combatir el ruido, por cuanto esas competencias están atribuidas al Consejo Provincial, aunque la verdad jurídica sea otra. Los municipios tienen competencias privativas para controlar el ruido en los espacios públicos, esto es, en las veredas, calles, parques, plazas, mercados y en los espacios privados desde los que se afecta al vecindario. Las competencias de los consejos provinciales consisten en otorgar licencias ambientales y, sobre todo, responsabilizarse de los controles y sanciones de los que requieren de esas licencias para operar.
Con motivo de la Fiesta de la Fruta y de las Flores se han otorgado permisos para eventos de alto impacto de ruido en zonas en las que existen algunos comercios y muchas viviendas, bajo el criterio que en un espacio verde privado reducido para 50 personas se pueden montar equipos y parlantes para 500 o más asistentes. Lo preocupante es que mientras más protestan los potenciales afectados, muchos de la tercera edad o niños, los permisos de las autoridades son exhibidos como un gran logro por los generadores de ruidos extremos.
Defenderse del ruido es uno de los grandes desafíos contemporáneos. El silencio y el ruido moderado son expresiones de civilidad y urbanidad. (O)