La mano y la piedra / Guillermo Tapia Nicola
El arte de esconder la mano luego de lanzar la piedra, no es nada nuevo. Ha sido usado desde tiempos inmemoriales, en distintos momentos, con diferentes énfasis, pero al final, con la misma óptica acentuada en la execración, cuando no en la iniquidad o en la bajeza.
Es, a no dudarlo, una forma expedita para esconder el pecado y tapar el daño o el delito causado a sabiendas; porque es más fácil echar sombra sobre algo que ocurrió que, enfrentar el señalamiento y la denuncia, ya que ésta, no termina en la advertencia, sino en la sanción, la reparación y la enmienda.
Refiero el tema, porque se advierte una suerte de empecinamiento, escudado en una propuesta de proyecto de ley, que bien puede derivar en una acción para desvirtuar situaciones cumplidas, cuando no, en la utilización de un mecanismo aparentemente legítimo, para providenciar un movimiento y reacomodamiento de fichas (léase competencias, tareas o encargos institucionales), como si se tratase de una partida de ajedrez. Asumiendo en la ponencia, una posición determinada, encaminada a generar golpes de efecto, afianzados en una loable exposición de motivos como antesala de contenidos que deberían ser revisados con detenimiento, pues con ellos, se buscaría desviar la atención ciudadana, y al hacerlo, bien podría terminar por cubrir con un manto de verdad, un inconfesable latrocinio y dispendio de recursos públicos, tiempo atrás acontecido.
Con seguridad, cuando la comisión legislativa a la que se asigne el conocimiento de este tipo de asuntos, dé curso al tratamiento de la propuesta y, cumplidos que fueren los plazos, introducidos ajustes y escuchados los interesados, en el mejor de los casos y sin mayores cambios, se lleve a pronunciamiento del pleno legislativo; el proyecto definitivo aprobado y sancionado, dará a luz una nueva ley de la República.
Pero los impactos se sentirán y verán más adelante. Cuando se pretenda corregir lo que se hizo mal y no exista posibilidad de hacerlo, porque el blindaje, superó el tiempo de intervención de las autoridades de control y -todo- como ocurrió en El Gólgota, estará consumado.
La tramitología legislativa se ha vuelto tan impredecible que, primero se apuesta por los votos, para luego mirar el contenido. Dicho sea de paso, el debate, resumido en la gran mayoría de los casos a una lectura cansina de documentos pre-elaborados, muy poco o casi nada, aporta al entendimiento de los textos articulados propuestos.
Hay excepciones, sin duda, de legisladores acuciosos, preparados, enterados y preocupados del bien común que, dedican gran parte de su tiempo a estudiar los temas y propuestas legislativas aceptadas a trámite y a participar activamente en los debates que se suceden en las distintas instancias. Lamentablemente, no son todos, los que por obvias razones deberían hacerlo. Como tampoco son viables, todos los proyectos aceptados a trámite, aunque superen la instancia técnica de revisión correspondiente.
“Ahí está el detalle”, decía el renombrado Cantinflas.
Para evitarnos males futuros, se precisa trabajar con total responsabilidad y compromiso para con la Patria y con su pueblo.
Las presunciones que la ciudadanía pudiere llegar a tener sobre un determinado asunto, merecen ser escuchadas y analizadas. Eso es actuar en democracia.
Es muy probable que en ellas se encuentre una verdad. Sólo entonces se verá la mano, sin importar la piedra.