LA SOLIDARIDAD HUMANA EN MEDIO DE LAS GUERRAS / Ing. Patricio Chambers M.

Columnistas, Opinión

Nada en este mundo es absolutamente bueno ni malo, en todo siempre hay algo de lo uno y de lo otro, aunque y por supuesto, tampoco en la misma proporción.

Por ello, en medio de tanta destrucción, muerte y falta de humanidad en invasiones como las de Rusia a Ucrania, es posible encontrar algunas luces que nos muestran que a pesar de lo terrible que son las guerras, se dan en medio de ellas actos de auténtico heroísmo, solidaridad y amor por los demás.

Uno de los casos más emblemáticos y que incluso se recogió en un conmovedor documental, es el de Los Cascos Blancos, un grupo de valientes voluntarios que ponen su vida en peligro con tal de rescatar a civiles luego de los bombardeos en Siria.

Son los primeros en llegar a la zona de peligro y en medio del caos que se desata luego de un ataque, cualquier ser humano sin importar quién sea, ni de qué lado esté, es ayudado y merece ser salvado. Este grupo fue creado en el 2013 y consta de unos 2.900 miembros de diferente procedencia.

El 30 de mayo de 1941, la bandera nazi que ondeaba en la Acrópolis fue robada por dos griegos. Manolis Glezos y Apostolos Santas, en la primera gran acción de la resistencia griega contra los invasores alemanes. Esta hazaña obtendría un gran eco en la prensa aliada, por lo que suponía de desafío a la hegemonía germana en la Europa ocupada, inspirando otros hechos posteriores.

Glezos y Santas serían condenados a muerte por los alemanes in absentia. Santas no llegaría a ser atrapado, pero Glezos sí. Tras ser sometido a torturas, logró huir. En abril de 1943 fue capturado por los italianos, pasando tres meses en la cárcel. Una vez libre, fue detenido nuevamente, huyendo definitivamente en septiembre de 1944.

En estos mismos días en la invasión rusa a Ucrania, se han llegado a saber de actos de un enorme sacrificio como el de aquella madre que, habiendo alcanzado territorio alemán, entrega su hijo de apenas días de nacido en las manos de un rabino, para inmediatamente retornar a casa en busca del resto de los suyos.

“La guerra en Ucrania no es nuestra guerra, es la guerra de nuestros dirigentes” decía un joven ruso a la televisión internacional. “Quiero que todo el mundo vea que no la queremos, no queremos que pese sobre nuestra conciencia por décadas, no quiero sentirme culpable de por vida por vivir aquí” decía otra joven, mientras marchaban protestando en las calles de San Petesburgo.

Miles de berlineses se ubicaron en las estaciones de trenes con carteles ofreciendo sus espacios habitacionales para los desplazados de la guerra. Por su parte, los polacos en varias estaciones de trenes colocaron coches para bebés, destinados a las madres que traían en brazos a sus hijos recién nacidos.

Es así como se escribe esta otra historia con maravillosos ejemplos de solidaridad.

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