HONESTIDAD E INTEGRIDAD: Una condición de vida. / Guillermo Tapia Nicola
Mi padre, al unísono de la formación en valores que mis profesores me inculcaron en la escuela y más tarde, reforzaron en el colegio, transmitió a mi vida, a mi mente y a mi corazón, lo que es y lo que significa la honestidad y la integridad. Lo hizo con el ejemplo, pero también reflexionando y conversando a diario.
No le era suficiente hablar de la cualidad y de lo honesto de un individuo, “había que ser, parecer y mantenerla como un hecho permanente, invariable e inalterable”, decía. El valor de la honestidad y su praxis -me repetía- cada vez que era menester tocar el tema, “hace que, no se me pegue ni el polvo de la mesa en las yemas de los dedos y eso… te permite vivir una vida plena, congruente y diáfana”.
La persona debe ser honesta en lo que piensa, siente y hace, eso se llama sincronía. Y esa inter-relación, permite reconocer lo que está bien y diferenciarlo de lo que está mal, para actuar en correspondencia y disuasión, sobre la base de tus propios valores humanos, cívicos, éticos y morales.
De ahí que, los honestos, no se comprometen con nada ni nadie, cuando advierten que no podrán cumplir y honrar la palabra empeñada, y jamás echan la culpa de sus actos, e incluso de sus pensamientos y de sus errores, a terceros. Por contrario, siempre los enfrentan y asumen sus consecuencias.
En ese sentido, vivir con honradez, honestidad, respeto por los demás y consigo mismo, al tiempo de saber controlar sus emociones, siendo coherente con sus valores personales y con la sociedad, es y significa ser íntegro.
Significa, además, ser una persona en la que se puede confiar porque tiene firmeza en sus acciones, lealtad, pulcritud, disciplina. En suma, ser íntegro es tener entereza moral. Ser digno.
En este mundo revuelto, con tantas inconsistencias, avatares, transformaciones continuas y sucesos que sobrepasan la imaginación y hasta la credibilidad y la certeza: pensar, ser y sentirse honesto e íntegro, parecería ser un demérito, más que una virtud.
El argot popular, la farándula periodística y las redes, se han encargado de caricaturizar personas, profesiones y acciones, de forma tal que, su generalización, es como un verdadero despropósito de vida y una manera exageradamente explícita de causar daño y generar malestar, además de disminuir la potencialidad del ejercicio profesional “por quítame unas pajas”.
Es un huracán de incontrolables consecuencias, que ni siquiera mira y mide que su propia fuerza destructiva puede acabar consigo mismo.
La familia, es y será -de largo- el único espacio de verdad y consistencia moral que permita el cambio y haga posible, con el ejemplo y la enseñanza comprometida de verdaderos maestros, superar esta instancia de frustración social y temor reverencial a la violencia, a la corrupción, al abuso, a la mentira, a la intolerancia y a la prepotencia.
Hay que enderezar el camino. La sinuosidad mal entendida, es causa de muchos de los males que atormentan nuestra vida en comunidad. Retomar el sendero del bien, es un desafío colectivo que no debe tener ni advertir un tiempo determinado para emprender y hacerlo. Debe ser una constante enraizada en el espíritu de cada ciudadano amante de la libertad, la honestidad y la vida.
¡Apuremos el paso! Para qué aflore nuestra verdad y sigamos siendo dignos.