Autodestrucción / Mauricio Calle Naranjo
Estancados, destruidos, quebrados, saboteados son las características del proceso involutivo que atravesó Ecuador con el paro nacional. Más allá de señalar culpables o a los dueños de la verdad, las consecuencias económicas son devastadoras en el tejido empresarial, y muy aparte de las conclusiones y recomendaciones idílicas que han realizado los analistas expertos, es evidente que los rasgos de la sociedad ecuatoriana convergen en la autodestrucción, y no queda duda que el principal enemigo de un ecuatoriano es su coterráneo. Vivimos en un país que a través de décadas no ha logrado solucionar sus brechas sociales y más bien se ha polarizado, ahondando la problemática hasta el punto de repudiar su identidad social.
No es la primera vez que sucede, Ecuador acarrea consigo una lamentable historia donde los conflictos sociales pocas veces han resuelto las necesidades del clamor popular. Resulta una paradoja, porque el escenario consecuente, tendrá un alto impacto en los hogares sensibles a la inflación y la especulación. Aún el país no entiende que la economía funciona en simbiosis de todos sus integrantes (empresa, familia, estado), y por las diferencias irreconciliables entre sus agentes económicos, se ha sembrado el caos y la incertidumbre por lo cual no somos atractivos para futuras inversiones.
El panorama no es alentador, tomará meses a fin de recuperar el dinamismo económico. Y mientras existan diferencias internas en el campo social y político, el desarrollo productivo del país es improbable. A nivel mundial se presentan constantemente nuevos retos, a los cuales el Ecuador no podrá enfrentar y solucionar con celeridad, porque internamente la colectividad está fragmentada, y los intereses para el bien común han sido trastocados por la rivalidad, codicia, envidia, tiranía, corrupción y la politiquería. “El valor de una nación no es otra cosa que el valor de los individuos que la componen” (John Stuart Mill).