Naturaleza Animal / Klever Silva Zaldumbide
De punta a punta, por todos los rincones, en todos los labios surge la pregunta: ¿Cómo puede cambiar la vida de los humanos en este siglo de deshumanización y degradación social? Escuchamos a la mayoría solo decepción, desesperanza, desconfianza, miedo a ser asaltado, disparado, la zozobra de que un puñado de bazofias politiqueras manipulen, jueguen con los sentimientos y engañen a nuestros indígenas provocando más hambre, más desempleo con otro paro buscando desestabilizar al país por su hambrienta ansía de ser poder y saquear el país. Lo que más florece en cualquier conversación trivial es la palabra crisis social, política, cultural, religiosa, etc.
Yo creo que todos, hasta los más irreflexivos, necesitamos de alguna salida lógica, analítica y humana, basada en el conocimiento de nuestra característica de ser inteligentes, con raciocinio, capaces de dilucidar, intuir y razonar, aplicando el sentido común a lo que se ve venir. Si no actuamos oportunamente la raza humana se resquebrajará y se dividirá fanáticamente y su absurdidad será para cada quien una verdad sagrada o una herejía horrenda.
Cuando dos niños se pelean por un juguete, o discuten acerca de quién empezó la pelea, ambos creen que el tema conflictivo es el juguete y la negativa del otro niño a compartirlo. Cuando un padre o un maestro percibe el conflicto, su madurez le permite darse cuenta de que los niños están viviendo un viejo dilema humano: competir o cooperar, monopolizar un recurso o compartirlo. Estoy seguro de que también advierte que su juego no es un simple pasatiempo, sino más bien una preparación para el mundo adulto, en el cual se enfrentarán al mismo dilema. Por este motivo es probable que se quiera enseñar a esos niños las ventajas de compartir y conseguir que vuelvan a jugar felices, teniendo una actitud de humanidad y justicia, aplicando el principio universal de compartir. Ha sido preciso reconocer la diferencia entre lo universal y lo particular, algo que debemos hacer con suficiente frecuencia. Los conflictos entre adultos deben ser resueltos de la misma forma que los conflictos entre niños: aplicando los principios universales que emanan de un plano más elevado. La mayor parte de los conflictos humanos se perpetúan precisamente porque las personas se obsesionan en exceso por los detalles de su malestar y porque no quieren o no pueden elevarse a un dominio con “filtrada” inteligencia emocional, donde encontrarían su bienestar. Los escritores, pintores y músicos pueden no compartir los mismos gustos artísticos, aunque sí pueden cooperar en talleres, montar exposiciones colectivas y armonizar en una orquesta.
Esto ofrece claros indicios de que las fuentes universales de desacuerdo provienen de nuestra naturaleza animal, no de nuestras capacidades más elevadas y humanas. De todas formas, hay que recordar que los mundos de la conciencia coexisten al mismo tiempo, desde el estado más bestial al más angelical, y que es posible pasar de un estado a otro de forma instantánea. Por eso, cualquiera sea nuestra vida, su naturaleza animal siempre se encuentra al acecho, preparada para saltar sobre los demás si soltamos las riendas.