Estado fallido / Mario Fernando Barona
Un Estado preso -literalmente- de la narco-delincuencia tanto en las calles como en los centros penitenciarios donde los privados de libertad tienen el control absoluto y total, usando en su interior todo tipo de armas de grueso calibre que han cobrado la vida de centenares de presos, metiendo droga a diestra y siniestra, practicando clavados en su enorme piscina y celebrando el cumpleaños de uno de sus capos con fuegos artificiales, orquesta, invitados y baile, representa indudablemente un Estado fallido.
Un Estado con autoridades y funcionarios vinculados directa e indirectamente al narcotráfico como esos asambleístas que defienden apasionadamente a una larga lista de corruptos, es indiscutiblemente un Estado fallido. Como lo es también el que muchos prefieran ser gobernados precisamente por esos delincuentes y narcos-políticos.
Un Estado que sentencia a un policía a 13 años de prisión por defender a un ciudadano de un par de asaltantes, mientras que el mismo Estado da largas para acusar a decenas de policías que no habrían actuado cuando María Belén Bernal pedía auxilio a gritos, obviamente es un Estado fallido.
Un Estado que se ve obligado a mandar a los fiscales a trabajar en sus casas porque en las calles el hampa los mata, evidentemente es un Estado fallido.
El presidente Guillermo Lasso está haciendo lo que puede con lo que tiene, y no, no es una forzada lisonja, todo lo contrario, es un fuerte llamado de atención porque en un Estado fallido como el nuestro (falló a partir del 2007), empecinarse en gobernarlo sin haber previsto los monumentales niveles de ingobernabilidad, es irresponsable.
Dicho de otra forma, el entonces candidato Lasso ya sabía que las condiciones en las que se ofrecía a liderar un Estado fallido evidentemente no daban para hacerlo dócilmente, no se podía seguir esperando grandes cambios manteniendo libretos contemplativos de diplomacia, buenos modales y tolerancia. Era vital (como aún lo sigue siendo) un líder corajudo y templado sin miedo a faltarle el respeto al status quo. Esperábamos pues, ese estilo de liderazgo de nuestro actual presidente, pero con estas leyes ni Lasso ni ningún otro podrán hacer más con lo que tienen, ni aún con la anunciada consulta popular.
Un Estado fallido requiere mano dura, tan dura que derogue de un plumazo leyes que son apología del delito y garantistas solo de los derechos del victimario; mano dura para que fiscales y jueces puedan acusar y juzgar sin rostro; para que el policía pueda usar su arma sin miedo; para que ningún revoltoso aparecido pretenda caotizar el país cuando le de la gana; para que todo político que coquetee con el narcotráfico sepa que ya está condenado sin contemplación alguna; para que el Estado retome la soberanía y el control en las calles y cárceles del país; y finalmente, para que el Ecuador enarbole la decencia y la virtud en el manejo de la cosa pública. (O)