Logoterapia, lobotomía y políticos / Mario Fernando Barona
Viktor Frankl fue un psiquiatra austriaco que vivió de 1905 a 1997 y pasó tres años de su vida (1942 a 1945) prisionero en cuatro campos de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Ventajosamente sobrevivió para contarlo en lo que más tarde se convertiría en un clásico de la literatura universal: Un hombre en busca de sentido, donde narra el drama atroz e inhumano que debieron soportar él y millones de judíos en estos centros de exterminio.
Uno de los primeros pasajes que Frankl recuerda en el libro es aquel en el que recién llegado a Auschwitz y despojado a la fuerza de su joven y embarazada esposa, trataba desesperadamente de ocultar dentro de sus ropas su más valiosa pertenencia, la única que le quedaba, el trabajo de toda su vida: un escrito preliminar con todos sus apuntes sobre logoterapia, el método psicoterapéutico creado por él y del cual contaba con esa única copia. Sobra decir que los nazis se la rompieron en su cara hoja por hoja.
Curiosamente, fue justo el dolor inenarrable que debió padecer durante esos años lo que le permitió profundizar en su teoría y perfeccionarla. La logoterapia busca encontrar el sentido o propósito de la existencia humana y refiere su técnica a la “intención paradójica”, es decir, a procurar forzar al paciente a que haga lo que no quiere hacer ya sea por trastornos obsesivos, compulsivos o fóbicos. Por ejemplo, alguien con fobia a las arañas, debe intentar acercárseles y tocarlas, con el tiempo, el trastorno pasará.
Guardando el respeto y las distancias a la teoría de Frankl, no he podido privarme de traspolarla a nuestra realidad ecuatoriana e imaginar si a los polítcos corruptos que padecen un muy arraigado trastorno de fobia y tirria a la honestidad (huyen de ella con el vértigo propio de los acrofóbicos) se les podría practicar varias sesiones de logoterapia obligándolos a ser lo que no quieren ser -honestos-, tentándolos, por ejemplo, con un fajo de billetes que se les dejaría a su merced para que el terapeuta les pegue en las manos cada vez que lo quieran hurtar, o lanzándoles un puñetazo en la boca por cada mentira (o verdad a medias) que intenten decir.
Sí, estoy bromeando, no se puede curar a estos sinverguenzas con logoterapia. Lo que a muchos de esos pícaros correístas (y también de otros partidos) seguro les vendría bien es una lobotomía, procedimiento psicoquirúrgico usado en esas mismas fechas que introducía un instrumento afilado (como picahielo) en el tejido cerebral a través del ojo o la nariz, cortando las conexiones entre los lóbulos frontales y el resto del cerebro. Muchos pacientes lobotomizados quedaban prácticamente en estado vegetal o en el mejor de los casos con sus capacidades emocionales apagadas.
Ah, y cuando digo que a esos políticos les calzaría perfectamente una lobotomía, no bromeo. (O)