CON EÑES Y ACENTOS / Guillermo Tapia Nicola
Nada es más propicio y oportuno que echar un sueño, luego de una jornada agotadora que, independientemente del tema, mantuvo el alma llena de expectativas y tensiones, frente a lo que pudiese sobrevenir, como resultado de un incomprensible ambiente de rivalidades y epítetos, al más puro estilo de “El Ojo de vidrio”.
Y es que, el fin de semana anterior se congestionó aún más, de lo que en su momento sucedía, allende, en la “Tierra del Guajuco”, o en los territorios del litoral patrio, ante el anuncio de una convocatoria urgente a poner en escena un largo metraje que sería rodado en locaciones poco usuales, amén de estar dotadas de espectaculares tarimas y vestuarios.
Llegado el día. Un desfilar de divas, galanes, guionistas, asistentes de piso, fotógrafos, camarógrafos, y reporteros, entre otros personajes, no daban abasto a sus propios cometidos y a los que seguramente les sería asignado por el “director de escenografía, cámaras y luces”.
En reuniones -más bien- selectivas y distantes unas de otras, tras bastidores se repartieron los roles y se asignaron los textos para un primer ensayo.
Las “prima donna” y sus pares varoniles, gesticulaban y sonreían, como sabiéndose los elegidos del “reality”, no obstante, el empeño de otros actores y actrices de segundo plano, ávidos de figuración y trascendencia.
Corrido el telón, el maestro de ceremonias anunció el inicio del espectáculo con redobles y música de viento. De inmediato, saltó a las tablas un actor más bien, de recorte, que intentó situar el asunto al rigor del panfleto, seguido de otras actrices secundarias que entendieron mal el libreto y apuntaron a desarrollar una tragicomedia cuyo desenlace parecía impredecible.
Palabras más, palabras menos.
Acusaciones y desenfrenos, durante más de cinco horas, apuraron a una de las divas, de aquellas que no pierde el miedo y menos la oportunidad para aventarse a todo y galardonar su registro, a ensayar un monólogo, como intentando asustar a los demás y recuperar un aplauso de otras épocas.
Pero, no pasó así. El semicírculo de exponentes teatrales no come cuento y no se inmuta ante el frenesí de la espontaneidad.
Entonces la diva, viste y guarda luto. Más tarde se mezcla con los ajustadores de los diálogos, para reposicionar un epílogo que suene a mucho, aunque no signifique ni impacte nada.
Con casi una veintena de acertijos, exhortaciones y rabietas, expuestas con tinta indeleble; el drama de la “insegura-seguridad” da paso a una manifestación de voluntades, condena los atentados y la violencia perpetrada por el crimen organizado; se solidariza con el pueblo; respalda a las fuerzas de seguridad y convoca a la puesta en marcha de acciones estatales integrales.
Al pintar la noche, el grito y la diatriba se sometieron a la racionalidad, sucumbieron a la mirada objetiva y a la reacción de una comunidad impaciente, que analiza, evalúa y demanda un accionar enérgico para controlar los brotes carcelarios, neutralizar al narco-terrorismo y garantizar paz, trabajo, libertad y seguridad.
El show termina con las butacas vacías, extenuadas; perdidas de horizonte y ávidas de luz. El drama reclama víctimas. Los victimarios se guardan para otros tiempos, confundidos entre la muchedumbre. El tiempo pasa y la vida exige vida. Los entramados no superan la edad de la ficción.
Añadir incertidumbre, es pan de todos los días. Acentuar los énfasis, el desafío.