Tinglado político / Jaime Guevara Sánchez
En los años de la escuela primaria, asistimos a Funciones de marionetas llevados por nuestros profesores de tercer grado. Los muñecos se movían mediante hilos diestramente manejados por sus creadores, representaban graciosas farsas de tinglados montados en plazas.
Cada vez que se inicia un proceso electoral viene a la memoria aquellos espectáculos de las marionetas, representadas ahora por algunos políticos, pero con menos gracia.
Los hilos con los que se manejaban los muñecos no eran demasiado visibles, los que manipulan a ciertos políticos resultan evidentes. Los muñecos no podían saber que su apariencia de vida era prestada por los dueños del show.
Los políticos seguramente se imaginan que tienen vida propia, pero cualquier ojo avizor puede darse cuenta de la maraña de hilos que los mueve en diversos niveles. Quienes creen que manejan a sus peones a lo mejor no se enteren de que son a su vez manipulados por otros antes de más arriba o desde más lejos.
En los actores políticos habrá impulsos personales que, en el mejor de los casos, será el deseo de servir al bien común, pero en otros el ansia de poder y sus prebendas, los deseos de revancha, de tirria a los contrarios.
Después de las repetidas Funciones de la campaña seguirán pactos y componendas en los que los titulares de la soberanía nacional, los ciudadanos votantes, no tendrán arte ni parte. En esta fase, los hilos de los intereses que moverán a los actores serán manifiestos, unos más claros, otros más ocultos.
El tinglado político ahogado en ofertas imposibles tiene mucha más complejidad de lo que pensamos y de lo que conocemos. ¿Que sabemos los ciudadanos, espectadores de las decisiones, de los que en verdad mandan y donde se toman?
Pese a todos los bemoles negativos, debemos rajarnos la cabeza, día y noche, hasta descubrir el candidato cuyas ofertas concuerden con la cruda realidad presente y, sin embargo, trasluzca rasgos de esperanza, de fe, de optimismo.