Ecos del Napo. 1903 / Pedro Reino Garcés
Entre viejos archivos, que se han empastado con periódicos, me encuentro con un impreso que tiene por portada “Ecos del Napo”, publicación de 1903 bajo la responsabilidad de Fidel Alomía. Para esa época el Ecuador era una patria grande que tenía la amazonia completa hasta Iquitos, pero que no había desarrollado conciencia nacional en las élites políticas porque bajo la mesa, negociaban la venta sea de las islas Galápagos o del Oriente a Francia, Alemania, Inglaterra o a Norteamérica, argumentando su improductividad. Esta denuncia comentaré en otro momento más detenidamente, cuando sienta que no me afecte demasiado a mi salud.
Don Fidel Alomía debió sentir mucha impotencia contra un poder centralista con burócratas que para nada les importaba, ni siquiera la imagen de su máximo representante en la Presidencia de la República o el ideario de un liberal como don Eloy Alfaro. El Impreso arranca diciendo: “Desde aquí damos las gracias al Supremo Gobierno por el acierto con que ha tenido por bien nombrar al señor don Enrique T. Hurtado, Gobernador del Aguarico, esperando al mismo tiempo no se limitará el señor Ministro, a darnos esa sola prueba de interés que le inspira la provincia de Oriente”. ¿Se dieron cuenta que todo el Oriente era una sola provincia hasta la olvidada Iquitos?
El señor Alomía reclama que los gobernadores no llegan a gobernar “con dulzura, para atraerlos” a los indígenas se refiere. Por el contrario, dicen que llegan como enemigos de la raza. Resulta que “cuando el Gobernador Arellano se hallaba en Quito, y el señor Comisario Vásconez, en la Coca; que de otro modo, creemos habrían sido castigados severamente; y ojalá se hubiera hecho así aún de pasado el tiempo, a fin de que torne la confianza a los indios de Archidona, que tal vez la han perdido para siempre”. Se denuncia que en Archidona, aprovechando la ausencia de las autoridades, “muchos empleados subalternos, sobre todo militares, hostilizaban a sus anchas a esos infelices, llegando al extremo de afrentarlos públicamente y ¡como! Abusando de las mujeres de estos en la plaza pública de Archidona, y no solo una vez sino muchas; exceso vergonzoso que ha producido el resultado de siempre; que ha alejado más y más a los oprimidos de los opresores;…”
¿Qué idea del Oriente es la que manejaba la gente de hace un poco más de cien años?: “Bueno fuera que los que tienen aquí autoridad miraran esta provincia, no como un lugar de destierro en el cual están solo porque el sueldo corre; sino como el pedazo más querido de nuestra tierra, empleando el tiempo que tan lastimosamente gastan en recoger plumas pintadas y cueros que regalar a los amigos de la Capital en buscar la manera de hacerla prosperar cortando el vuelo a muchos ambiciosos que, como en todo país naciente, se enriquecen a costa del honor y la conciencia”.
El señor Alomía insiste en la enseñanza del castellano o español a los nativos en procura de “civilizarlos” o atraerlos a una integración. Reniega incluso de la nula acción de la iglesia en estos terrenos. Pero el dato que impacta es este: “Aquí se necesitan escuelas, y éstas, por desgracia no existen hasta ahora en ninguno de los pueblos de esta provincia con ser tantos, y no obstante hay cosas que para nada sirven y que buen dinero cuesta al gobierno”. La pregunta nuestra es ¿Alfaro no creó siquiera una escuelita en toda la provincia que se llamaba Oriente? Alomía escribe que confía en la propuesta política de Leonidas Plaza que dice que está proponiendo “ingentes sumas que han sido destinadas al Oriente, y que superan en mucho a las que los gobiernos conservadores dieron en todo el tiempo de su dominación;…” En fin de cuentas, dice que todo obstáculo de desarrollo tiene que ver con las mismas leyes que enredan la burocracia que no es sino el propio pulpo que tiene engendrado el Estado.