La filosofía de la vida… y de la política / Mario Fernando Barona
Cuando dos niños se pelean por un juguete, por lo general suele ser porque uno de ellos no quiere compartirlo, interviene entonces un adulto solucionando el inconveniente de manera sabia y juiciosa: les hace notar que lo mejor es compartir y establecer turnos, en otras palabras, ha ascendido a un plano universal y ha dejado las particularidades de lado. Eso hace la filosofía, mirar desde una perspectiva grandilocuente desechando la miopía del especificismo.
Cuando dos políticos se pelean por el poder, por lo general sucede lo mismo, uno de ellos no quiere compartirlo. Y al ser adultos, esperamos lo solucionen con sabiduría y buen juicio, pero no, no hay nadie quien les haga notar que lo mejor es mirar con la perspectiva grande de país dejando de lado egoístas nimiedades. La filosofía del político es totalmente opuesta a la que usamos en la solución de problemas de los niños, los políticos apuntan a la particularización de sus mezquinos intereses y desechan la universalidad de la visión de país.
Pero hay más. El niño olvida, el adulto lo talla en piedra, y es aquí donde radica la clave de una convivencia pacífica y civilizada en cualquier circunstancia de la vida, incluso (o sobre todo) en el ejercicio de la política, porque antes de hablar de llevarse bien con los demás, primero debemos llevarnos bien con nosotros mismos, o dicho de otra forma, una vez conquistado al enemigo interior ya no quedan enemigos en el exterior, lo cual se consigue únicamente olvidando el pasado. Como Nietzsche bien decía: “La gente feliz no tiene historia” por el contrario, las personas o los grupos que arrastran demasiada historia tienden a permanecer en conflicto la mayor parte del tiempo. Por eso, permitir que el pasado ocupe el presente y bloquee el futuro es una forma segura de llevarse mal con uno mismo.
La autodenominada “izquierda revolucionaria” es en esencia historia. Viven resentidos porque el pasado lo tienen grabado a sangre y fuego, porque sus conflictos externos son manifestaciones de sus propios conflictos internos y como no han curado se llevan mal consigo mismos y con los demás. Así, jamás se logrará paz y armonía en las relaciones políticas, esos rencores del pasado exudan pus y no cicatrizan, terminan gangrenando la democracia y amputando uno de sus miembros que es lo que ahora mismo busca un grupo de políticos corruptos al intentar derrocar al presidente Guillermo Lasso en un juicio político sin pruebas ni fundamentos.
En todas las instancias (comenzando por la política) nuestro compromiso como adultos sería volver a ser niños, aceptando obedientemente la sabia filosofía de los padres que advierte no fijarnos en el juguete y más bien priorizar las visiones generalistas que invitan a pensar en todos y no solo en una persona o grupo. (O)