Abstracción óptica de la razón / Guillermo Tapia Nicola
Sin más argumento que la ira, en unos casos y, sin más razones que la impotencia, en otros, estamos inmersos en una etapa de crisis institucional y de valores, de la que intentamos salir, por la misma puerta -la única- sin ceder el más mínimo espacio a la reconciliación y mucho menos al reconocimiento, y ni tan siquiera a la duda.
Empecinados en nuestra percepción, cuando no, en nuestra opción, somos incapaces de admitir la posibilidad de la equivocación y, en esa línea, intercambiamos «opiniones» y «criterios» ajustados a nuestra sesgada visión, compromiso o deseo y pretendemos convencernos -mutuamente- con una argumentación telegráfica, acomodaticia e insuficiente, porque partimos de nuestra verdad, acorazada por la sordera y alimentada por el ego.
Cuestionamos todo y a todos. Las pretensiones anunciadas, son inmediatamente demeritadas y, las objeciones subsecuentes, ensalzadas hasta la saciedad.
Entonces, el valor de la prueba, termina siendo una ficción, a la hora de concretar una decisión mayoritaria, afincada en el número y no en el diálogo, y no en el debate y no en la verificación.
En ese instante cabe preguntarnos si es viable y justo insistir en el fortalecimiento del proceso democrático de un pueblo que solo parecería contentarse con la acusación, el señalamiento y la inmolación, porque, de hecho, los límites de la justicia y sus sanciones, cuando las hay, terminan siendo tan efímeras como la tinta de la pluma con la que fueron escritas y, tan vacías como el pensamiento incrustado en el limbo, esperando por una gracia que le saque de esa postración y le muestre la luz.
La vida, es una sucesión de momentos, de experiencias, de intrigas, de advertencias, pero también de alegrías, de logros, de emociones y de soluciones atinadas y eficaces que, terminan por sobre pasar a aquellas y generar estados de bienestar y tranquilidad social.
Lo anterior sólo es posible, cuando -como sociedad- estamos en facultad de ampliar nuestra receptividad y capacidad de entendimiento; para asimilar la verdad resultante de nuestros razonamientos sometidos a la confrontación, al discernimiento y a la valoración, sin cortapisas, premios o ventajas.
Enfrascados en posiciones disímiles, con la mirada fija en el otro -pero eso sí, a buen recaudo detrás de una barrera de vidrio templado- a prueba de sonido, lo más probable es que continuemos como conglomerado, asidos al empecinamiento y reacios al intercambio de ideas y razones.
Volcarse al ruedo sin capa, esperanzado en la embestida «digna» del que arremete enceguecido, no deja de ser una locura y una aventura innecesaria, frente al hecho cierto de la conjunción anticipada de voluntades cuya última expresión será «la sustitución por la sustitución».
Si los estudiosos y los entendidos en la materia, guardan distancias y no encuentran una posibilidad de acercar posiciones, qué decir de aquellos mortales encaramados en defender su metro cuadrado, su espacio o su locura.
Sometidos al éxtasis con la punta del iceberg sin tener acceso a mirar su base, nos abandonamos al pronunciamiento externo para convertirlo en propio, y repetirlo con tal convencimiento, que terminamos por creernos autores de la simple ilusión que nos ha sido facilitada por los prestidigitadores de siempre.
Desamparados a propia suerte, finalmente dependemos de los iluminados con vela o, en el peor de los escenarios, de algún fariseo reconvertido. (O)