Psicología del arte / Miguel Guzmán

Columnistas, Opinión

Hay obras de arte que a unos les fascinan y a otros les espantan. Hay algunas que pasan inadvertidas, y hay otras que enfadan, decepcionan o que, por el contrario, despiertan buenas sensaciones o incluso emociones. El arte creado por un niño, con sus primeros grafismos y simbolismos o la pintura en pacientes psicóticos cuya fragmentación de la personalidad se ve reflejada en simples trazos como la representación directa del espíritu humano.

Hay quienes por ejemplo “pintan los objetos como los sienten y no como los ve”, “pintar es viajar de noche sin saber a dónde aborde de un navío desconocido en conflicto absoluto con los elementos de lo real”, o parafraseando a Lacan «El arte se caracteriza por una cierta forma de organización alrededor de un vacío».

Los vínculos entre arte y psicología son múltiples y variados. La expresión artística ha sido utilizada como instrumento diagnóstico, terapéutico y modificador de conductas; desde un enfoque psicoanalítico en la psicosis es reconstructiva, en la neurosis se caracteriza porque es una oposición a tendencias libidinales, como represión inconsciente de un hecho determinado, algo así como una válvula de escape, en la perversión en cambio es un deseo explicito e implícito, desatando en malicia y crueldad.

Las producciones artísticas representan “auto-revelaciones” mediante las cuales el paciente da informaciones personales, que los demás no podrían poseer. Otras veces, se trata de “descripciones de sí mismo”. En cualquier caso, existe frecuentemente una expresión de sentimientos íntimos vehiculizados a través de representaciones estéticas.

Todos hemos experimentado alguna vez la inspiración, pero algunos viven de ella, a esos seres los llamamos artistas. Cuando están “inspirados” las ideas fluyen sin obstáculos, las palabras acuden convocadas al papel en blanco, se sienten capaces de resolver los problemas más intrincados, o de encontrar las respuestas más ingeniosas. (O)

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