La defensa de un mito llamado verdad / Guillermo Tapia Nicola
El infranqueable castillo de la ilusión y el recuerdo, empeñado en el mítico esfuerzo de cambiar y proyectar su estatus, no puede permanecer miope de ojos y entendimiento: debe protegerse del embate y la posibilidad de ser sobrepasado.
En el imaginario de la imprudencia, lo más importante -ahora- es defender el metro cuadrado en el que se habita, se nutre y se guarda, de tal manera que, poco o nada, importa el desafío que tengan o deban sortear los demás a su alrededor.
Esa defensa a ultranza, de la inmediatez y de la insolencia acumulada, convertida casi en frustración o mejor aún, en vanidad a cuestas, cobra vida, cada vez que se avecina un episodio en el que la estabilidad de la democracia parece flaquear o correr un pequeño riesgo: generado o sobreviniente.
Comenzar con el pie izquierdo, entonces, puede resultar en una aventura de la que nadie escapa.
Una historia no contada, aunque si vivencial, cuyo fruto es la vergüenza; puede desencadenar confusión; y más, cuando en muchas miradas «el mundo no pasa de dos dimensiones y carece de profundidad«. Casi como si se tratara de la visión de un caballo. (Así sostienen los entendidos).
Esa historia, en una escenografía como la del cónclave de una legislatura venida a menos, inundado de evidencias y explicaciones políticas esgrimidas hasta la saciedad, cual fuente de inspiración y justificación que no admite prueba en contrario, no puede ser más aterradora y voluptuosa.
Pues bien. Parece ser que una vez más nos aprestamos a ser testigos de un show cargado de imprudencias, en donde la apariencia es apenas una parte de la ecuación.
La otra, sin duda será la disponibilidad de la víctima, para ser inmolada sin la más mínima posibilidad de resistencia, o a lo mejor no.
Poco interesa advertir la verdad y la razón. La “percepción numerada” hará su agosto en época de invierno.
A despecho de quienes opinan lo contrario, los cargos de peculado no pueden solo basarse en especulaciones, por más políticas o prolíficas que parezcan. La evidencia circunstancial recuperada de supuestos audios, comentarios o rumores, no pasa de ser tal: una conjetura.
En este punto, mucho cuenta el consejo dado, aunque nunca hubiere sido solicitado. Y para el caso que nos ocupa, esa suerte de encargo -acontecido o no- solo podría evidenciase frente al resultado y a partir de la suposición.
No obstante, el predecible final tiene únicamente tres caminos: continuación, por ausencia de votos; sustitución, por presencia suficiente de votos; y, oportunidad temporal para enmendar, por eliminación radical de los votos.
Cualquiera que fuere el resultado, conlleva una voluntad irresistible, una sugestión emitida y observada, o una percepción oculta y simulada, como parte consustancial del episodio político instaurado para “revolcar la democracia, en nombre de la democracia”.
Quienes defienden ese metro cuadrado, sin importar la supervivencia de la nación son -finalmente- causantes de los males que aquejan a la república y, por derivación, responsables de la pauperización del hacer político, de la irrupción sostenida y creciente de la corrupción, y del abandono de la esperanza de un pueblo, llamado a ser protagonista de mejores días.
El tiempo, asignará la razón a quien la tenga, pero todos, sin detenernos a identificar el lado de la mesa que nos toca, habremos de juntar voces, manos y esfuerzos para remontar los impasses y reedificar el albergue pacífico de la superación y el desarrollo, en el que con libertad depositemos nuestra confianza y afiancemos nuestro espíritu.
Con las ideas enrevesadas y sin ver las cosas claras, aprender a caminar sobre la superficie del agua, sin mojarse y sin hundirse, será el desafío.
Difícil emprendimiento, pero no imposible a la hora de sobrevivir. Tiempo de espera. El País aguarda. (O)