El único fin
Para seguir viviendo, es preciso dar el paso que se mantuvo retenido; y, a regañadientes, enmudecer al conglomerado de incrédulos que, aguardaba inmóvil el momento de convertirse en testimonio viviente de la ruptura -hacedora- del cambio.
Con un océano de por medio y en apenas doce días, uno del otro, se registran como ejercicios democráticos evidentes, pero con reacciones y supuestos distintos, tanto que, mientras uno fue urgido, criticado y finalmente validado, el otro es reconocido y aceptado sin mayor dilación, aunque se trate de un mismo gesto de poder constitucional.
El laberinto internacional, independiente y entrometido -como acostumbra- se vuelve adicto al movimiento libertario y se nutre de esas, sus expresiones y expectativas.
Y no puede ser de otra manera, ya que cobra vida la capacidad de los estados para resolver sus temas internos, con atención a sus regulaciones y normativa.
De esta forma se privilegia: la democracia por sobre el autoritarismo y se abre un espacio de reflexión ciudadana que culminará con la elección de asambleístas o diputados y, obviamente presidente de la República, en cada uno de los casos, con plazos relativamente breves e impactos aún impredecibles, pero eso si, presumiblemente posibles, aunque no necesariamente deseables y esperanzadores.
Lo dramático, en nuestro caso, a diferencia del contexto español, es que la mañosería institucionalizada, en por lo menos dos de los organismos colegiados, aunque -dadas las circunstancias- bien podrían podrían ser muchos más, se ha concentrado en la pretensión de apropiarse de faculltades y competencias atribuidas exclusivamente a los entes legislativos, para acometer en contra de la fiscalía, en búsqueda de apurar la separación anticipada del cargo de su titular, cuando no, en procura de concretar el impedimento a su accionar legítimo, para dar cumplimiento -según corrillo de rumores- a ciertos “fines de corrección y anulación urgente” de pronunciamientos y decisiones judiciales.
Esta, suerte descabellada y prontuariada idea, dejan de manifiesto el clima de podredumbre irracional que carcome los pilares del comportamiento humano y difumina el desprestigio del ejercicio democrático constitucional.
Entorpecer e impedir la continuidad democrática republicana, ha dejado de ser una ficción, para transformarse en una obsesión.
Cual parásitos, intentan arrastrar a todo un pueblo al fango, para cubrirlo de pestilencia y amargura; y, en esa desazón, cosechar por anticipado un triunfo espurio -como acostumbran- en el que puedan volver a solazarse y apropiarse de lo que les falta por hacer.
La proliferación de candidaturas, sin mayor trascendencia que su sola ambición de participar, es el abono orgánico ideal para que aquella debacle vaticinada y no deseable, ocurra.
Tenemos tiempo todavía para enmendar rumbo y corregir camino. Dejemos el egoísmo y la incorregible avidez personal de un lado y, demos paso a una comunión concertada del interés nacional, único fin para evitar el despeñadero.
Indispensable será, aunque sea por esta única y especialísima ocasión, que precandidatos ya anunciados y otros espontáneos que, seducidos e inducidos se aventuren a lanzarse al ruedo, se tomen una siesta ciudadana y luego de soñar con el horizonte posible de un país saludable y confiable, en aras de hacerlo realidad, declinen aspiraciones y se junten a la mejor opción de su tendencia, para enfrentar la vorágine del supuesto e indeseable retorno. (O)