La primera y auténtica muerte cruzada en Quito
Desde el punto de vista político administrativo, la primera y auténtica muerte cruzada, en la que se da testimonio de haberse cortado dos cabezas administrativas, se da en Quito el 18 de enero de 1546, en la batalla de Iñaquito en la que se cortó por primera vez la cabeza del Virrey del Perú Blasco Núñez de Vela por parte del insurreccionado Gonzalo Pizarro. La venganza no se hizo esperar mucho, porque vino la reacción del sacerdote Pedro La Gasca, y vencido Gonzalo Pizarro en la batalla de Jaquijaguana fue enjuiciado, condenado a muerte y decapitado el 10 de abril de 1548. Si releen la historia, toda esta trama por el poder no es sino la práctica de las traiciones, la falta de lealtad a los bandos que inauguraron los péndulos de las simpatías.
La cabeza del Virrey Núñez de Vela fue homenajeada en Quito por sus adversarios y escondida en las iglesias; mientras que la cabeza de Pizarro fue remitida a Lima, enjaulada en hierros junto a la de Francisco de Carvajal, para escarmiento perpetuo, por resolución de padre La Gasca, hasta que fueron tobadas por gente caritativa.
Esta y otras historias de muertes cruzadas constan en mi libro La Cabeza del Virrey (2023) de donde tomo este fragmento: “Quito es una mujer vencida, recostada en un laberinto profundo de impotencias en medio de los lomeríos abandonados a la fertilidad de sus descubridores pasados y presentes. Quito es una hembra acosada por los políticos que la tienen acorralada en lechos de placeres montados en los entornos de la Plaza Grande. Por eso está llena, como una cama de historia, como una concubina preñada por desconocidos en los lechos hediondos de Carondelet.
A veces, preñada de contradicciones alumbra sucesos, grita y se desgarra; hasta que aborta revoluciones y hasta ha parido independencias. Quito siempre engendra luces y sombras renovando su virginidad protagónica. A veces canta victorias, y otras, oculta sus derrotas. Es algo así como una fémina ninfómana que esconde la trampa del deseo. Dicen que Bolívar, al ver sus columnas erectas, dejó su impronta de llamar a la Casa del Gobierno, Palacio de Carondelet, para no olvidar a los realistas y para que sucesores gobernantes republicanos que pasaran a ser sus inquilinos, se inflaran de importancia imponiéndose desde la memoria monárquica. Pensaba que desde allí hicieran lo que han hecho con la atractiva Patria, llena de Manuelas y de marquesas enamoradoras de fusiles y bayonetas.
El Quito colonial es un laberinto de piedras históricas y de barrocas palabras fogosas que se silencian con los discursos de los ‘salvadores de la Patria’, desde la época fugaz de Benalcázar, de Pizarristas y Almagristas. ¿Quién quita que haya sido lo mismo entre los bandos de shyris y orejones?
Cuando se pasa por estas calles repletas de balcones, deben saber que, en todos ellos, todavía puede resurgir un Velasco Ibarra cinco veces elegido Presidente, que resucitando la misma demagogia desde cualquier calavera con un dedo acusador.
Se puede ir por la “Calle de las Cruces” pensando en que García Moreno puede estar parado por ahí, como un ídolo torpe, con esa obsesión fusiladora empedernida, que se lo vería descascarándose de la mierda de las palomas.
Siempre y por aquí se oye los disparos de la policía persiguiendo a los “guambras” de las manifestaciones, y a los indios de las revueltas empendonando ponchos y chalinas. Y eso que no hablo de los del cuartel Real de Lima, esos soldados cholos persiguiendo a quiteños que derramaban sangre para que Quito sea Luz de América… En Quito se inauguró la primera picota con la cabeza fresca del Virrey Núñez de Vela. Pero el resto de sus huesos se sabe que fueron escondidos para que así prosiguiera fecundándose el semillero del poder aristócrata.”