El dictador de la libertad

Columnistas, Opinión

Muchos de nosotros quisiéramos continuar indefinidamente sin la Asamblea Nacional (AN) como organismo de legislación y fiscalización, más específicamente, con ninguna parecida a las nefastas del 2007 para acá. Una más que otra ha degradado su imagen y respetabilidad a niveles insospechadamente alarmantes. Por esta razón, resulta cruel e injusto saber que este sentimiento de nirvana político que vive el Ecuador sin AN no durará mucho porque en cuestión de pocos meses se instalará otra, probablemente con los mismos o peores asambleístas. 

Por eso, durante este tiempo, hasta que sean posesionados los nuevos representantes, el presidente Lasso debería averiguar cuánta música puede seguir tocando con lo que le queda. Se lo explico. 

En 1995, al principio de una obra orquestal, al brillante violinista israelí Yitzhak Perlman, en la que él era el solista, se le rompió una cuerda. Todo el mundo oyó que se partía y la orquesta dejó de tocar. Normalmente, un músico habría cambiado la cuerda produciéndose un comprensible retraso, y en el caso de Perlman, la espera habría sido más prolongada porque víctima de una polio en su infancia, camina despacio y con esfuerzo -aunque de modo majestuoso-.  

En lugar de eso, hizo algo inimaginable. Se quedó donde estaba, con el instrumento imperfecto, y asintió con la cabeza hacia el director para que volviera a empezar la pieza. Por supuesto, cualquiera sabe que es imposible interpretar una obra sinfónica con sólo tres cuerdas, pero esa noche Yitzhak Perlman se negó a saberlo. La crítica especializada escribió después: “Tocó con tanta pasión, tanto poderío y tanta pureza como no se había escuchado antes. Cuando terminó, se produjo un silencio impresionante en la sala y acto seguido la gente se levantó y lo aclamó con una salva extraordinaria de aplausos, todos de pie, gritando y vitoreando.” Fue para muchos, la mejor interpretación jamás escuchada. 

Al final, Perlman dijo algo profundamente cierto y tan inolvidable como su interpretación: “A veces, corresponde al artista averiguar cuánta música se puede seguir tocando con lo que le queda, ¿saben?” 

En el caso del presidente Guillermo Lasso significa que, ahora como solista, debería aprovechar que rompió la cuerda principal del instrumento democrático para improvisar la más compleja sinfonía titulada “El dictador de la libertad”. Y que no se diga que eso es imposible en un demócrata porque, primero, lo que vive el Ecuador es una narco-democracia; segundo, aún hay cuerdas podridas que cambiar; tercero, todos sabemos que Lasso sería un solista respetuoso, prudente y alejado de los extravíos de poder; y cuarto, nada puede ser peor que volver al sistema anterior. 

¿Será que el presidente Lasso tiene la audacia de regalarnos, con solo tres cuerdas, una prodigiosa obra de arte que haga que terminemos ovacionándolo de pie? Aún está a tiempo, pero lo dudo. Para mí, Lasso ya decidió no arriesgarse, solo reemplazó la cuerda rota y estos últimos meses seguirá tocando… algo, cualquier cosa.  (O)

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