Comprender antes de ver

Columnistas, Opinión

Seguramente la siguiente información le dejará estupefacto como fue conmigo cuando la conocí por primera vez. Fíjese bien, por favor. Dependiendo de la localización del individuo, el transcurrir del tiempo es diferente para una y otra persona, por ejemplo, para alguien que viva en la playa el tiempo siempre irá más lento que para el que viva en la sierra, en otras palabras, la persona que viva en la montaña envejecerá más rápido que el habitante del llano.  

¿Sorprendido? Pues créalo, porque está científicamente comprobado que abajo hay menos tiempo que arriba, o lo que es lo mismo, el tiempo pasa más despacio en algunos lugares y más deprisa en otros. Por supuesto que la diferencia es “nada” (así, entre comillas), pero existe, al punto que si es, digamos, de solo un nanosegundo o incluso menos, es una variación suficiente para confirmar que el tiempo no es uniforme, único ni constante y que depende enteramente del factor espacio para que ahora mismo y precisamente a su lado coexistan varios tiempos simultáneamente. 

Y como hablamos de tiempo y espacio, bien podemos intuir que el meollo va por el lado de la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, y no se equivoca. No obstante, lo impresionante y revelador no es que hay infinidad de tiempos -lo cual de por sí ya es alucinante- sino el hecho de que alguien (Einstein, en este caso) comprendiera esa ralentización del tiempo un siglo antes de que dispusiéramos de la tecnología necesaria para medirla y comprobarla.  

Piense en lo siguiente: el descubrimiento de Einstein indudablemente fue algo tremendamente revolucionario y decidor en el campo científico, sin embargo y a pesar de tan enorme compromiso, la sola teoría numérica le fue suficiente para confirmar lo que era evidente. En buen romance, el científico de la cabellera alborotada tuvo la capacidad de comprender antes de ver; y como él, innumerables científicos hacen lo mismo porque “comprender antes de ver” constituye el corazón del pensamiento científico. 

Hoy ya contamos con relojes atómicos tan precisos que podrían variar apenas un segundo -o menos- en 14 mil millones de años (lo que lleva existiendo el universo); bien, pues gracias a ellos se ha confirmado categóricamente la teoría de este gran científico. 

Con la corrupción correísta es así, no hace falta ‘ver’ un video del momento exacto del cometimiento de delito para ‘comprender’ que existió (porque incluso mostrándoselos lo niegan), basta y sobra con las toneladas de pruebas y evidencias de todo tipo, color y tamaño para ‘comprender antes de ver’ que abusaron del poder y robaron a manos llenas. 

Por eso, si me quedé estupefacto cuando supe que la unicidad del tiempo es una utopía, mi perturbación emocional simplemente carece de nombre cuando veo a un borrego idiotizado votar por los ladrones que le robaron. 

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