Ser político

Columnistas, Opinión

Ser político en el Ecuador actual es una actividad de alto riesgo, además de mal valorada por la gente. El reciente asesinato del  candidato presidencial Villavicencio es la prueba, como fue hace unos días el acribillamiento del alcalde Intriago de Manta, de ese latente riesgo personal. La recurrente insatisfacción ciudadana con lo que hace y dice el político es, por su parte, la expresión más fiel de unos electores irreflexivos obnubilados por el desencanto y la rabia, a quienes un día les agrada algo y, al día siguiente, les desagrada lo mismo. 

Si a ello se suma que a los políticos en cargos no se les remunera en función de sus responsabilidades ni del riesgo que corren, resulta que son mal pagados. Entonces, ¿por qué son políticos? Max Weber, el gran sociólogo alemán, decía que el auténtico político vive “para” la política y no “de” la política. Es verdad que no todos los que ingresan al mundo de la política viven “para” ella. Un buen número de oportunistas y corruptos está en la política para vivir “de” ella. Los pocos o los muchos que lo hacen como parte de una vocación, mejor dicho, de un apostolado, deberían ser colocados en un pedestal, aplaudidos y reconocidos, pues, de ellos dependerá que haya buenas normas y una gestión eficiente y honesta en la administración nacional y seccional.

En medio de la ola de violencia y desprestigio de la actividad pública, cada vez será un producto escaso el político con vocación, capacitado y entrenado para servir a los más altos intereses de la comunidad. En puestos de responsabilidad y en candidaturas figurarán quienes no tengan ningún compromiso con asegurar los derechos de la gente, su seguridad y el orden público. En ese momento los piratas habrán colonizado totalmente los centros de poder.  Cuando eso ocurra, mucho más de lo que ya sucede ahora, el arrepentimiento ciudadano no será suficiente para dignificar la política, en otras palabras, ese mundo donde están en juego intereses legítimos o no, así como derechos y libertades.

Villavicencio e Intriago habían escogido ser políticos, cada uno con su estilo, y, por ello, aplaudidos, en unos casos, y repudiados, en otros. No merecían correr la suerte que corrieron. Paz en su tumba. (O)

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