Fernando Villavicencio, el Ecuador te honra

Columnistas, Opinión

Con Fernando Villavicencio no nos conocimos en persona, jamás nos vimos cara a cara, pero la estima, admiración y aprecio no requieren formalidades de contacto o cercanía. Tanto es así, que el impacto de su partida me dolió tan profundamente como si y perdone la comparación en medio del océano y a la deriva me hubieran arrebatado la única boya salvavidas a la que me aferraba con desesperación. Y como yo, millones de ecuatorianos estuvimos esperanzados en esa sola boya que nos mantenía a flote; serenos, porque mientras nos asíamos a ella boca y nariz estaban fuera del agua; aliviados, porque podíamos respirar sin pánico y seguros de no ahogarnos mientras esperábamos el rescate. 

Así le sentí a Fernando, así sentí su partida, con ese nivel de pertenencia y codependencia, porque mutuamente nos identificamos como la “gente buena” a la que él representaba, y ese solo atributo fue suficiente para llorar su muerte como si nos hubiéramos conocido desde siempre. Por atrás y cuidando de no agitar las aguas, un siniestro personaje de sonrisa burlona se acercó empuñando una daga que silenciosa y cobarde penetró el grueso caucho de la boya. 

Gritos de horror no se hicieron esperar, en un abrir y cerrar de ojos vimos incrédulos cómo a esa preciada balsa, a nuestra única esperanza de un Ecuador libre de narcos, se le escapaba el aire, se le iba la vida. Fernando se desvaneció y ya no nos sostuvo más, la otrora gallarda y airosa boya, poco a poco se hundía desgarbada y lúgubre en las oscuras aguas de un océano de impunidad, tan vasto como las incontables pupilas humedecidas de espanto que a lo largo y ancho de todo el país veíamos impotentes desaparecer trágica e inesperadamente al único político que representaba fielmente a los honestos, a los decentes, a la gente buena. 

Minutos después, al confirmar su asesinato, el Ecuador entero sintió el frío sedimento alojado en las negras profundidades del desconcierto. Tocamos fondo. Nos quedamos solos, tragando agua y con los ojos desorbitados de angustia. 

En medio de la desesperada conmoción, muchos aún sin querer aceptar que ya no había a qué asirse, el mismo personaje que clavó la daga, sin mediar prudencia, jura haber visto a un lobo marino acechando en los alrede- dores. “Fue él, fue él” grita victimizado, aunque era evidente que escondía la misma sonrisa repugnante solo que esta vez aún más burlona. Dios te tenga en su gloria distinguido caballero Fernando Villavicencio, sabemos que nuestras oraciones glorificarán tu alma en el cielo, te pedimos solamente que desde allá derrames las tuyas en favor del pueblo ecuatoriano y que sigas obrando por la verdad, la justicia y la paz. El Ecuador te honra presidente, siempre te extrañaremos. (O)

Deja una respuesta