Ecuador con cultura y tradiciones

Interculturalidad
Las Octavas de Juan Montalvo tienen potente valor cultural que deberían registrarse en la nómina de patrimonios inmateriales del Ecuador. (Foto cortesía Diego Topón) 

Los hechos culturales, tradiciones y costumbres se enlazan para convertirse en el motivo de investigación, estudios y publicaciones relacionadas con el desafío de la convivencia intercultural.  

“Nuestro país tiene tanta carga cultural que me motivó ser investigador desde la parte gráfica, pero por destino de la vida y al dejar las aulas universitarias, ahora algunas de ellas reposan como ex tutor en la biblioteca de un par de universidades e institutos”, señala Diego Topón, ex catedrático de la Universidad Técnica de Ambato y experto en marketing y diseño gráfico por la Universidad Israel.

Los atractivos del país le motivan a “visitar, viajar y compartir festividades en las que me siento identificado, por eso en esta ocasión fui parte viva de las Octavas en Juan Montalvo y me llevo gran recuerdo, grandes amigos y muchos contactos. Retomé respiro y tomé energías para seguir adelante”.

Esta experiencia como varias de ecuatorianos y extranjeros se encierran en narrativas que invitan a viajar por el Ecuador diverso, multicultural, plurinacional. José Solórzano Freire, miembro de la Casa de la Cultura Benjamín Carrión comparte parte de los relatos del Cayambe antiguo. 

Bajo el titular “La Añango Octava o El Tapa Huecos” narra que la octava era la fiesta de repetición que los pueblos antiguos hacían a los ocho días de la fiesta principal dedicada al Sol y las cosechas. Esta costumbre ancestral ha ido ampliándose a dos, cuatro y seis octavas.

Hasta mediados del Siglo XX en El Llano, hoy Juan Montalvo, se celebraban cuatro octavas; la última dedicada a los niños, a los chiquitos, por eso se llamaba “añango octava” o tapa huecos (añango es hormiga).  

Las guitarras ya se habían introducido en el festejo y acompañaban el son de las flautas, tundas, rondines, cachos, churos, bombos y campanillas. Buena parte de las casas, especialmente de la calle Grande, tenían corredor a la calle. Allí se reunían los danzantes a desatar su alegría y recibir el diezmo de los anfitriones: habas tiernas, papas, mellocos, mote, chicha y guarango maduro.

Para mantener la tradición, los adultos enseñaban a sus hijos el dominio de los instrumentos musicales. Entonces, los adultos vestían a sus hijos con los mejores trajes y sombreros, colgaban en sus espaldas carguita de cebada, chochos o maíz y salían a bailar por La Loma y La Palmira. El brincoteo alegre de los niños; sus ponchos azules o rojos, los anacos y blusas bordadas a mano, los sombreros blancos, calzones a media canilla y la mayoría descalzos; manitos inquietas, vocecillas francas y abiertas y el acompañamiento inclaudicable de sus padres que escondían sus rostros tras de caretas de malla o diablumas, formaban espectáculo vivo.. Para entonces se cantaban coplas en medio del festejo y recitaban loas frente a la imagen de San Pedro.  El relato continúa con la disputa entre barrios La Loma y La Palmira, festejos de los grupos de familias, entre otros aspectos que están concebidos en el libro “Nuestra Gente” de José Freire Solórzano (2021). (I) 

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