Sintonizando el rumbo

Columnistas, Opinión

Atravesamos un momento de coincidencias y dificultades que deben ser consideradas con propiedad y atendidas con la importancia que amerita, en función de atenuar el nivel de preocupación ciudadana.

Es muy cierto que la violencia de las mafias en ciudades, pueblos y territorios es un problema serio que afecta a la seguridad pública, a la calidad de vida y al desarrollo económico.

Y diríamos que incluso mucho más.

Ya que estas organizaciones suelen involucrarse en actividades delictivas como el tráfico de drogas, la extorsión, el tráfico de personas y el sicariato, lo que genera un ambiente de temor e inseguridad.

Con ocasión del proceso electoral, algunos episodios tormentosos que se han sucedido y otros que últimamente están siendo procesados en vías y lugares públicos, bien pueden asimilarse a esta suerte de violencia direccionada.

Cabe preguntar, ¿para qué se lo hace? Pues sin duda, para precisamente exacerbar el temor en la población, a efectos de posicionar algún efecto de rebote a favor o en contra de algo o de alguien.

Los esfuerzos para combatir esta violencia suelen implicar una combinación de estrategias de las fuerzas del orden, el sistema judicial y programas comunitarios, y por ahora, pensaría incluso que el organismo electoral (si no estaría tan cuestionado), debería estar atento a estos asuntos, pues se colige de esas manifestaciones irracionales e inapropiadas, que intentan “decir algo”.

Es un tema complejo que requiere una solución multifacética. Lo peor que nos puede pasar, como suelo sostener, es mantenernos quietos y a distancia, imaginando que no pasa nada.

Sin olvidar que, un centímetro que se ceda a los violentos, es un paso agigantado en contra de nuestros derechos; e insistir en que, deliberadamente parece que todo está orquestado para favorecer a un mismo grupo político -cuando no- a su caudillo y a su entorno más cercano y predescible.

Esta advertencia, de ninguna forma apunta a un derrotismo anticipado y menos a un triunfalismo imposible. Sin embargo es urgente que las personas analicen y racionalicen expresiones que a diario nos son compartidas y, formando criterio, adopten una posición respecto del país, de sí mismas y de nuestro propio futuro.

Haciendo memoria, recordé que el profesor Stephen Hawking, poco antes de morir dijo «Me he dado cuenta que incluso las personas que dicen que todo está predestinado y que no podemos hacer nada para cambiar nuestro destino, igual miran antes de cruzar la calle».

Y esa frase -coloquial y gráfica- va más allá de la simple especulación. Su mensaje es la invitación perfecta a cambiar, a no quedarse estático, tanto que, mas adelante concreta su pensamiento y afirma que “Sin importar lo mala que parezca ser la vida, siempre hay algo que puedes hacer, y tener éxito. Mientras que haya vida, hay esperanza”. 

En estos tiempos de incertidumbre, de volátiles opiniones, de sufragios cuestionados, de intereses sobrepuestos y persecuciones a ultranza, en los que seguimos añorando la urgente intervención de la verdad y la justicia, hacer un alto para recordar que la esperanza sigue viva mientras haya un hálito de existencia, no deja de ser un aliciente.

Está claro que, solo nuestras propias decisiones, podrán cambiar el rumbo de las cosas y corregir sus defectos.

Los personajes encaramados en el vértice superior del absurdo, jamás podrán imponer su mezquindad, independientemente del poder acumulado que los hace aparecer invulnerables.

Su mayor anhelo: Abandonarse a la adversidad y arrastrar con el velo de sus mentiras a los más incautos y bondadosos ciudadanos, hasta que la impotencia venza al miedo y la necesidad pasee su miseria a discreción.

¡El Talón de Aquiles… será su perdición! (O)

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