Convicciones carceleras

Columnistas, Opinión

Libertad. ¿Puede haber regalo más preciado? Sin embargo, por aferrarnos a creencias y convicciones muchas veces absurdas nos la negamos con la misma facilidad con la que respiramos. Vivimos convencidos de creencias que han ido moldeando nuestro destino, algunas tan estúpidas como la de la inferioridad femenina muy arraigada hasta hace pocos años y que lastimosamente aún cuenta con muchos adeptos; exactamente igual a la tara del racismo que hoy en todas las sociedades está más presente que nunca; o la creencia de superioridad o inferioridad que muchas personas tienen de sí mismas.  

Nada hay más perjudicial para el crecimiento personal y la salud emocional que encerrarse en una convicción, cualquiera que esta sea: de carácter ideológico, religioso, político, cultural, económico o personal. Lo más sano y sensato es siempre abrirse a las posibilidades, ser libre de pensar, indagar, cuestionar y elegir. 

Permítame contarle la siguiente historia que habla precisamente del peligro de dejarnos encarcelar por estas convicciones. 

Había una vez un hombre que vendían unas rosquillas deliciosas. El negocio iba viento en popa, dedicándose a él con tanto empeño que ni oía la radio, ni leía los periódicos, ni hacía demasiado caso a la televisión. La gente compraba más y más sus rosquillas. Cada vez le iba mejor y cada vez invertía más en su negocio. 

Un día fue a visitarle su hijo que había vuelto de la universidad donde cursaba un MBA empresarial. Este, al ver todo el despliegue de publicidad, empleados y rosquillas, le dijo: “Papá, ¿usted no escucha la radio ni lee los periódicos? Estamos sufriendo una enorme crisis, esto se hunde.” El padre pensó: “Mi hijo tiene estudios, está informado, sabe de qué habla” y se convenció de sus palabras. 

Comenzó entonces a comprar menos ingredientes y de menor calidad para bajar la producción, redujo muchos gastos y frenó su inversión publicitaria. Las ventas fueron disminuyendo día tras día y al cabo de poco tiempo el negocio empezó a ser deficitario. El hombre llamó a su hijo a la universidad para decirle: “Tenías razón, estamos inmersos en una crisis muy grande.” 

Este cuento afectó a una sola persona; la triste realidad es que existen creencias y convicciones que afectan a todo un país. Es el caso de millones de votantes que eligen presidente, idiotamente convencidos de que el suyo es la mejor opción, pero como dice el politólogo Augustín Laje: la gente para comprar una licuadora se informa, investiga, compara, hace una compra racional, en cambio para elegir presidente muy pocos razonan el voto, analizan el pasado político del candidato y de su partido, sopesan las innumerables acusaciones que podrían tener en su contra, y mucho menos aceptan los posibles vínculos con la narco política (que en algunos casos es evidente e innegable), viven presos de sus convicciones, y lo que es peor, condenan así a justos por pecadores.  (O)

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