Instituciones democráticas en ebullición

Columnistas, Opinión

Cuando algo parecido a los partidos políticos nació en Estados Unidos, los primeros en alarmarse fueron los mismos fundadores del gobierno federal, conocidos como padres fundadores, en el siglo XVII. Les llamaron peligrosas facciones, a las que se debía controlar para evitar que se colonizaran el gobierno. En otras palabras, fueron mal recibidas esas facciones partidistas. En el libro El Federalista estuvieron en la mira de Madison, Hamilton y Jay. 

Actualmente, los partidos son objeto de críticas en todas las latitudes democráticas por no representar auténticamente a los ciudadanos especialmente en los cuerpos colegidos de carácter parlamentario. Y esas críticas se han extendido a las mismas instituciones en las que actúan, como los parlamentos.

De este modo, los órganos legislativos han entrado en un estado de ebullición al haber perdido el patrimonio de la representación. Otros espacios distintos, al margen de la misma institucionalidad, se han convertido en espacios importantes de representación. Canadá ha sido pionera en la instalación de asambleas ciudadanas, con representantes ciudadanos debidamente seleccionados, para debatir temas de impacto en la opinión pública.

En todo caso, parlamentos, como el ecuatoriano, no han perdido su trascendencia política, a pesar de encontrarse cuestionado su carácter representativo. Lo demostró recientemente cuando le responsabilizó políticamente por peculado al intocable Lasso, abriendo, así, la puerta para su procesamiento penal inmediato. Con la oportuna decisión de 116 asambleístas se hizo historia. El ExPresidente Lasso es el primer presidente en ser juzgado por un órgano legislativo por peculado. 

Cuando disolvió la Asamblea Lasso creyó que se libraba de la sanción de la Asamblea. Evitó que le destituyera, pero no pudo, al final, eludir el juzgamiento político por peculado. Ejerció el poder abusivamente durante seis meses hasta que le llegó el día de ser juzgado como le correspondía. La impunidad no dura para siempre, especialmente cuando todavía existen que sirven por sus funciones y poderes antes que por la representación que dicen encarnar.  (O)

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