¿Por qué creemos en las mentiras?
Cuando un niño juega con su caballito de madera sabe que el juguete es de mentira, que se lo está imaginando, pero mientras lo hace disfruta el armonioso trote de su inventado animalito con tanta intensidad que para él es una verdad indiscutible. Y si no, solo véalo galopar por toda la casa luciendo su sombrero vaquero y haciendo relinchar al equino con todas sus fuerzas. El niño se ha creído su propia mentira.
Casos parecidos son las reacciones de espanto de algunas personas que juegan con la realidad virtual; revisemos uno. En la sala de la casa (un lugar por demás seguro) el abuelo se coloca las gafas de realidad virtual y se ve a través de ellas caminando sobre una angosta tabla de madera que pende sobre los barandales de las terrazas de dos edificios muy altos. Todo lo que ve, hacia cualquier dirección que gire su cabeza es esa realidad virtual en exquisito detalle: el abismo a sus pies, la tabla que se dobla en cada paso, los pájaros que vuelan muy cerca, etc., de forma que en un momento dado su mente confunde la realidad con la realidad virtual convenciéndose inequívocamente que la mentira es la verdad, entonces se agita, tiembla, grita, pierde el equilibrio y termina cayendo de bruces al piso de su sala.
¿Qué es lo que les lleva a olvidar que la imaginación en el caso del niño, o la virtualidad en el del abuelo, son solamente un invento y no son reales? No es porque lo intuyen, lo disfrutan o por la altísima fidelidad del mundo virtual. No, hay algo mucho más profundo. En los dos casos, y en cualquier otro en el que la mentira convence, se utiliza el término “presencia” para aludir a esos momentos en que nos fundimos plenamente con la ficción. Creemos en las mentiras porque estamos presentes en ellas y esa presencia no es la sensación de “estar ahí”, sino la de “hacer ahí”. Al participar directamente, al ser protagonistas, al convertirse en vivos actores de sus fantasías, el niño y el anciano estuvieron presentes, “hicieron” de su mundo irreal su verdad.
Precisamente eso es lo que vienen haciendo desde hace dieciséis años -con gran astucia, hay que reconocerlo-, los políticos corruptos y sinvergüenzas en el país: “hacer presencia” en las mentes y en los corazones de los ecuatorianos con una ficción de supuesta honestidad y victimismo en sus actos tan bien elaborada que muchas personas se convencieron de sus mentiras al punto de no poder (o no querer) distinguir si eso que viven es real o no.
No crea usted en semejantes mentiras politiqueras, no caiga en el engaño, es hora de despertar a la realidad y enfrentar a los mentirosos cara a cara. (O)