Con la baba que les cuelga

Columnistas, Opinión

Lamentablemente, el folklórico e inmaduro comportamiento de los votantes en el Ecuador no mengua. Todo el tiempo y en cada elección encontramos en afiches y papeletas a más personajes de la farándula, presentadores de dudosa probidad política cuyo único mérito es ser reconocidos por el populacho, en pocos casos con cierta gracilidad en su aspecto físico, pero eso sí, todos cancheros con el verbo. 

Aunque no debería servirnos de consuelo, debo decir que este mismo fenómeno no se da únicamente en el Ecuador; de hecho, es bastante más común de lo que imaginamos incluso en países desarrollados, sobre todo con candidatos a cargos seccionales. Y si es así por esos lares, imagínese en nuestros países latinoamericanos. 

Uno de los casos más conocidos y pintorescos es el del republicano Warren Harding, vigésimo noveno presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, quien incluso antes de ser senador por Ohio, siempre fue conocido por su limitada capacidad intelectual, torpeza al hablar, mujeriego empedernido, corrupto y arribista. Sin embargo y a pesar de tan señalados defectos, era poseedor de unos dotes físicos y corporales únicos que le granjearon popularidad y admiración por donde iba. Un metro ochenta y tres de altura, blanco, ojos azules, cejas pobladas, mirada penetrante, aspecto serio e intelectual y un rostro con fisonomía angelical. De espalda y pecho amplios, de voz grave, fulminante sonrisa de medio lado, magnánimo al caminar y alegre y cordial en la salutación. El prototipo de galán de telenovela convertido en político y luego en presidente de la entonces nación más influyente de occidente. 

Harding fue presidente de 1921 hasta su muerte en 1923, tiempo en el cual destacaron a raudales casos de corrupción sobre todo con gente de su entorno a quienes se los llamó “la pandilla de Ohio” por ser oriundos de dicho Estado, como el presidente. Y hasta después de su muerte los escándalos sexuales, de abusos a la caja fiscal y otros no paraban de salir a la luz. A innumerables historiadores no les ha faltado razones para calificarlo como uno de los peores presidentes de la historia norteamericana. 

Como ve, también por allá se cuecen habas: corruptos que llegan a ser presidentes solo por tener porte, ojos verdes, sonrisa burlona, buen verbo y por hacer el ridículo cantándole al Che, además igualitos en mañas: cada quien alimentando a su propia pandilla, liderando organizaciones delictivas, permitiéndoles a sus compinches que roben a manos llenas, defendiéndolos cual si fuera su propia reputación la que estaría en juego y para variar, abiertamente cínicos y sinvergüenzas. 

Felizmente para los norteamericanos, Warren Harding murió mientras era presidente y allí se acabó el festín. Por acá en cambio, para desgracia de los ecuatorianos, esos figuretis buscan desesperadamente volver al poder para nunca más irse de él; y sus escopolaminados seguidores seducidos por las apariencias no tienen vergüenza en mostrarse con la baba que les cuelga.  (O)

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