El arte de preguntar lo que se debe
Finalmente el misterio de la consulta popular nos ha sido develado. Para algunos lo que se pregunta es de enorme trascendencia, para otros, no necesariamente es así y su opinión va en dirección de afirmar la insuficiencia de la propuesta ya que se pudo ir más allá.
De cualquier forma, las preguntas están sobre la mesa. El presidente es quien tiene la capacidad para hacer uso de esa prerrogativa constitucional y remitir a la Corte Constitucional para que ocurra un primer ajuste o bendición.
El órgano colegiado bien puede expresar criterio de aprobación a lo elaborado y enviado a su consideración o bien, mandar a zurcir el contenido de forma tal que se enmarque en la normativa constitucional y el pueblo pueda pronunciarse.
Cómo quiera que ocurra, la suerte parece echada. Once preguntas que, en ojo ajeno, no resuelven del todo el requerimiento histórico que atraviesa el país. No agotan los temas y es más, no incluye asuntos inaplazables como narco estado, extradición, corrupción y seguridad.
Once interrogantes que ni siquiera han recogido las sugerencias más relevantes que han sido expuestas de viva voz o por distintos medios al mandatario y que, en esa razón, se quedan cortas y corren el riesgo -como ya ha acontecido- de ser negadas, en opinión de un buen número de ciudadanos que así piensan o quien sabe si vitoreadas.
Llamativo aunque descolocado resulta, en cambio, en esta primera instancia de reflexión, la iniciativa de pedir al mandante que revea su posición sobre casinos y otros juegos de azar, aduciendo la urgencia de apuntalar una mejora a la economía nacional, pero nada se dice respecto de la posibilidad de recuperar una fiesta taurina y un tradicional juego de gallos que, otra hora, fueran espacios de confraternidad ciudadana y lo siguen siendo en varios territorios ecuatorianos que conservan la tradición, afirmándose como un atractivo turístico temporal que -por igual- genera no solo ingresos a ciudades y feligreses que vivían y viven de ese espectáculo, sino que, a despecho de quienes piensan en contrario, acrecienta el espíritu de pertenencia e identidad de moradores de una localidad, hidalga ciudad o poblado mapeado en el mundo del espectáculo y la fiesta.
Ejemplos de que podría mejorar y ampliar la consulta seguramente existen y sobran, en medida de los intereses de uno u otro grupo ciudadano, profesional o gremial.
Por cierto, los activistas ya encontrarán la manera de interrumpir todo cuanto sea posible y, la mayoría poblacional -como también casi siempre ocurre- guardará silencio cómplice que le sirva para lamentar -más tarde- la imprudencia de callar y aceptar.
Pero hay otros temas de incidencia política especial y de expectativa jurídica innegable en los que, se diga lo que se diga, no alterará la trascendencia y urgencia de preguntar sobre el asunto controvertido porque, de suyo, calza con la visión sesgada de la gente que ya ha endilgado culpas o razones a ciertos hechos y actores públicos y que, adornado así el pastel, con una suerte de anzuelo expuesto con carnada ajena, podría influir positivamente sobre su respuesta a toda la consulta.
Son gages del oficio y estrategias que no pueden sino ser juzgados de oportunos, amén de lo corto placista, utilitario y evidente del tema. Hay elecciones a vuelta de esquina.
Con seguridad, siempre habrá más tela que cortar y más puntadas que dar. La sastrería constitucional y legal, de un tiempo a esta parte, es un artificio de especialísima consideración y el país merece, no solo respeto sino y fundamentalmente acuerdo.
Que ojalá sea para bien.