No hay que cantar victoria

Columnistas, Opinión

El fiscal, César Suárez, fue victimado el 17 de enero, en pleno estado de conflicto interno. El funcionario tenía sobre su escritorio más de un caso importante de corrupción y narcotráfico. Esta noticia nos sitúa nuevamente en la realidad. La guerra es una carrera de resistencia. 

El cuadro de fiscales y otros servidores judiciales que perdieron la vida en hechos violentos los últimos años es significativa. El 2022 fueron asesinados tres fiscales, un juez y un ex fiscal. También hubo varios ataques contra funcionarios del sistema judicial. Ecuador terminó ese año con más de 4600 muertes violentas, es decir, 25 casos por cada 100.000 habitantes. El 2023, sufrieron atentados Leonardo Palacios, Genaro Reascos, Ángel Palacio, Edgar Escobar, Luz Marina Delgado. Además, otros fiscales y jueces han recibido amenazas contra su vida. Pero, lo peor estaba por venir.

La violenta continuó imparable al iniciar el 2024. Los crímenes, la incautación de droga y las extorsiones crecieron a niveles inéditos. La podredumbre que destapó el caso denominado Metástasis, junto con la fuga de importantes jefes de grupos delictivos, la toma de rehenes en varias cárceles, la irrupción en el canal TC Televisión, los atentados con explosivos y otras infracciones a la paz ciudadana despertaron en el gobierno la necesaria expedición de los decretos 110 y 111, reconociendo un conflicto armado interno. Resulta duro decirlo, pero afrontamos una guerra con más de veinte grupos beligerantes. 

El fiscal Suárez recibió al menos 20 tiros mientras manejaba su auto, sin resguardo policial, en el norte de Guayaquil. Los sicarios avezados hicieron lo imposible por dar el golpe aun con las calles patrulladas por muchos policías y militares, sabiendo que podrían ser inminentemente abatidos. Hechos como este, hacen que la paz ciudadana se transforme en desasosiego generalizado en todas las ciudades. Ambato no es la excepción. 

Las fuerzas del orden, por su parte, se emplean a fondo para recuperar la calma. Varios días después de los primeros atentados, respiramos una apacibilidad relativa. Las cifras de rehenes rescatados y terroristas detenidos o abatido; las armas incautadas y los atentados frustrados nos ilusionan e invitan a pensar en una nueva realidad. Pero, no se debe cantar victoria. Los terroristas no se rinden tan fácilmente. Mucho menos, cuando se trata de no renunciar a un negocio ilícito que mueve miles de millones de dólares al año a su favor. La lucha recién empieza. (O)

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