La caída del monarca
Dos veces derrotado, ganándose el desprecio de quienes antes lo adulaban, insultando por Twitter como si se tratara de sus acostumbradas sabatinas y traicionado por sus colaboradores más destacables, quienes, con propia imagen, buscaron otros caminos que los alejaran del monarca al que alguna vez sirvieron. Así vive en Bélgica sus tristes días el monarca caído.
Su imagen ya no evoca las emociones que antes lo hacía, sus seguidores ya no lo glorifican y es más común escuchar entre ellos frases como “en esto se equivocó” o “en esto falló”, cuando antes lo consideraban infalible. Sus opiniones ya no son relevantes, ni aportan al debate político nacional. Hay medios que lo entrevistan por “mero protocolo”, sin mayor expectativa y cada vez que el monarca se presenta ante un medio -como si de una humilde y generosa concesión de un pequeño pedazo de su persona se tratara- se lo ve descompuesto, viejo y poco lúcido, vociferando, atrapado en épocas políticas añejas que ya no cuajan en la actualidad.
Así pinta, hoy en día, el escenario del monarca que gobernó al Ecuador por 10 años con una pesadísima mano de hierro que se impuso sobre cualquier institución, ley, norma ética o contrapoder alguno, donde mandó y dictó sus órdenes, allá, en las alturas del poder, donde la presión atmosférica es capaz de comprimir el cerebro y nublar el pensamiento racional. Ahora que ha bajado, se siente desorientado porque su cuerpo se acostumbró a estar arriba y no a la misma altura que cualquier ciudadano común y corriente.
Esta es la moraleja para quienes ostentan el poder y se dejan drogar por ello. Tarde o temprano, el monarca más poderoso y amado puede caer y, aunque no muera, su recuerdo se disipará en la memoria colectiva y sólo seguirán junto a él sus más fieles aduladores, aquellos que, de forma legítima o no, lo admiran y esperan su regreso como quien aguarda la venida de un mesías. (O)
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