Tregua

Columnistas, Opinión

En 1914, durante la Primera Guerra Mundial, un grupo de soldados decidió parar el enfrentamiento de forma espontánea, por unas horas, para fraternizar con los soldados que vestían el uniforme enemigo. 

El hecho sucedió en territorios de Bélgica y Francia, cuando soldados alemanes y sus aliados batallaban con tropas británicas. Las milicias intercambiaban disparos en una franja donde había heridos y muertos por todo lado.  La Nochebuena, los alemanes colocaron luces en las trincheras y los antagonistas se unieron al signo de paz. Hubo una pausa al enfrentamiento, bautizada como la Tregua de Navidad de la Primera Guerra Mundial.

En el Ecuador, tierra de conflicto armado interno, la tregua para enfrentar al enemigo común debería ser incondicional: adversarios políticos, servidores del sistema judicial, fuerzas del orden, gobierno central, gobiernos locales, medios de comunicación, gremios profesionales, cámaras de la producción, estudiantes, ciudadanos de a pie,… todos, sin excepción, deberíamos levantar la bandera tricolor para salvar al país de los grupos terroristas. 

La Tregua de Navidad de la Primera Guerra Mundial permitió que los enemigos canten villancicos, salgan de las trincheras y se estrechen la mano; muchos ayudaron a los adversarios a cavar tumbas; celebraron la memoria de los caídos; intercambiaron comida, pequeños regalos o botones del uniforme para guardarlos de recuerdo y hasta habrían jugado fútbol. Esta historia, contada por Stanley Weintraub, en su libro Silent Night, muestra como la tregua es posible, incluso cuando parece absurdo. Pero, es imprescindible, primero tener la voluntad y luego mantener el compromiso de las partes.

El estado de excepción atraviesa sus últimas horas mientras la policía, el ejército y la fiscalía despliegan operativo tras operativo. Con todo, la violencia se normaliza; poca atención despiertan los cadáveres, los heridos y los atentados; son parte del paisaje las extorsiones, los allanamientos y los chats; causa cada vez menos asombro las detenciones de personajes conocidos e inéditos y produce ruido la posible culpabilidad de personajes de la farándula.

Con la institucionalidad por los suelos, la situación es semejante a un terreno o cualquier desastre natural. El Estado luce así, sin que las autoridades y grupos de poder tengan una misión distinta, a la de llegar con la imagen menos desfigurada posible al final del presente mandato, de modo que no sean candidatos inviables en las próximas elecciones. La crisis de seguridad, desempleo, impunidad, pobreza, desesperanza,… amerita una tregua. Pero, los ecuatorianos no estamos preparados para esta conversación. (O)

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