El tiempo
Cuando los otoños empiezan a ser muchos, uno regresa a ver y se sorprende que ayer nomás festejábamos el Año Nuevo, y hoy estamos en otro, otra vez. La realidad es que el tiempo vuela. Surge la pregunta de cajón, antes ¿no volaba? La sensación es que cuando estábamos en la primavera de la vida, deseábamos que el tiempo volara para terminar estudios, iniciar una carrera profesional. Por supuesto que las horas y los días tienen la misma duración. Es la percepción humana lo que cambia, estimulada por una tonga de circunstancias. A no ser que nos tornemos científicos como Einstein para afirmar «El tiempo es relativo»; lo cual sería un atrevimiento positivo hacia el campo de la sabiduría.
El temor no es estar pasado de moda, anticuado. Es inevitable que el tiempo debe dar nuevas dimensiones a viejos conceptos. Lo que cualquiera, cuyas viejas creencias son revisadas años más tarde, teme, es que ellas se conviertan en inmaduras e indignas del autor. Voluntariamente, uno se somete a esta prueba con la esperanza de que aprobaciones precedentes no sean castigadas por el paso de los años.
Hay satisfacciones tanto como riesgos en este proceso. Ya sea que uno tenga visión o es un visionario que no puede determinarse sino después de muchos años. El tiempo puede ser un enemigo temible o un amigo poderoso. A veces arruina ideas, como lo hace con la carne. En otras ocasiones, proporciona luminosidad de verdad a lo que es sencilla predicción o conjetura.
Las emociones de la revaluación no son solamente del columnista. También puede ser de los lectores. La edad añade un ingrediente extra al trabajo. En primer lugar, a la pregunta ¿es sensata la idea que voy a escribir? se añade la estimulación de la subsiguiente prueba de laboratorio.
Espero que cualquier compensación de lectura que haya sido inherente a esta columna se vea incrementada por la pátina del tiempo; por meditaciones profundas, a veces necias, de frías noches invernales… por muchos eneros más.. (O)