Tinta con miel
Ahora se me acabó la tinta cuando más ganas tenía de escribir. Salí a la calle como quien sale a tientas a buscar, sin poder encontrar, las formas de alguna luz con las que siempre he creído que yo escribo. Pero no ha sido así porque me han dicho que me he ido acomodando a escribir con tintas de penumbra; con medias tintas, porque se ajustan al gusto de los tiempos que también son parte de las glorias de mi tierra. Salí pensando que debía encontrar algo con qué escribir sobre ese lugar donde todo se deforma y se confunde, donde se busca la ceniza después de haber quemado la memoria.
A esta hora encontré las puertas cerradas a toda claridad. Hasta por sus hendijas se impedían los fisgoneos a las verdades escondidas. Estaban tapados con papeles arrancados de libros y revistas robadas de las bibliotecas. Era como si hubiesen arrugado el pensamiento para impedir el paso de algún viento. El pueblo ya no tenía librerías después que murieron los lectores con las pestes. Claro que a veces también escribo con zumbidos cuando las palabras vuelan como abejas en mis dedos.
Mientras iba buscando los letreros, me palpaba las manos pensando en las abejas que porfiaban en hacerme doler por sus picaduras. De ellas aprendí a escribir con aguijón. Es que sacaban sus trompetas para defenderse de los zánganos. Y en el pueblo en donde vivo hay muchos de ellos.
Pero así y adolorido, yo sigo buscando con mis manos hinchadas, los zumbidos impresos con esas tintas que deben haberse quedado tras las estanterías, donde hay papeles con palabras confundidas. Busco esas flores impresas que acarrean esos olores en el aire. Recuerdos que vienen de lejanos tiempos, de cuando esta tierra era de bosques y jardines; de abejas y gorriones. Eran tiempos donde se aprendía a escribir la tierra y a labrar en los surcos de los periódicos: maizales de libertad.
Golpeo en vano los portones de una ciudad dormida. Salen los sonámbulos a decirme que les he cortado el sueño de dormir. Yo les respondo que ando buscando tinta porque me han entrado las ganas de escribir los sueños de soñar. Me dicen que solo tienen lápices para escribir lo que se puede borrar, y que eso es lo que usaba la gente de hace tiempos para escribir los sueños, que para el librero, eran los de dormir. Iba por la calle difusa, cual si fuese por un pueblo de los que hemos visto tras los vidrios quebrados de la luna, linderada de paredes difuminadas. Era la deshora en que la gente se molesta porque alguien interrumpe con su búsqueda, alguna paz, la que saben que encuentran en el dormir. Todo estaba sin color, o mejor, con ese color que deja el descolorido olvido impregnado en la dejadez y el abandono. Color de ese polvo muerto que sin saber de dónde, cae, y se pega con el peso del óxido del tiempo, y deja a la gente enmohecida.
Si no encuentro tinta, haré la prueba de escribir con piedra, fue mi decisión. Escribiré con la que escriben los analfabetos albañiles, sobre piedras. De ellos debo aprender a escribir en el anonimato y el olvido. O escribiré paredes con ladrillos. Y si alguien me reclama y me prohíbe, escribiré con barro muchos nombres en las mejillas de mis hijos. ¿Qué puedo hacer si ya no hay tinta? Escribiré con aire los vuelos de los pájaros para que aprendan los niños sin escuela.
Todas las calles iban de la plaza al cementerio; y por allí las abejas también, porque en los nichos habían hecho sus panales. Así supe que en el pueblo, los muertos morían sin reclamos, empacadas sus impotencias en la miel, en celdas de miel. Todos morían saboreado hasta el último, discursos llenos de palabras empalagosas, salidas de labios de los zánganos.
Pensaba en escribir con lágrimas un relato sobre la vida que se nos fue, sobre las huertas que se secaron, sobre la invasión de las flores de plástico, sobre la destrucción del río y sus acequias, sobre varsobias y cedrones, sobre jornales que quedaron impagados, deudas que sobreviven como herencia, pero… Vine porque me dijeron que por estos alrededores venden tinta, porque hay viejos artesanos que todavía la emplean para para escribir las lápidas mezclando la tinta con la miel. Y como siento que la muerte los ha hecho dulces y felices, me llevaré esta tinta para sobrescribir sobre otros muertos. (O)