La salud es integral
Una de las generosidades divinas más grandiosas otorgadas al ser humano es la “sabiduría inconsciente”, muy interna en cada uno de nosotros. Me refiero a nuestras respuestas fisiológicas, las cuales cumplen normalmente una función autorreguladora y además tienden siempre hacia la curación en el verdadero sentido de la palabra y sin la menor intervención de nuestra parte consciente. En todo nuestro entorno natural observamos mecanismos de autorrecuperación y autosanación, en el reino vegetal, cortando un fruto, una hoja, una rama, la planta no tiende a secarse, al contrario, la práctica de podarlas produce reverdecimiento y mejora la belleza de éstas.
Por lo que al ser humano respecta, baste citar como ejemplo la restauración natural de nuestra piel luego de una cortada o herida, y para ello no requiere de nuestra atención consciente, el organismo, simplemente sabe cómo seguir el sendero a la autocuración. Pareciera que en la esencia misma de cualquier ser vivo hay una inclinación natural hacia la recuperación de funciones normales como un proceso dinámico y constante.
Por supuesto han existido muchas explicaciones tanto científicas como empíricas sobre ¿qué o quién inicia este proceso?, cuáles son los recursos y capacidades que el organismo usa en determinada condición que se presente en el transcurso de nuestra existencia, ya sea en el plano físico, conductual, emocional, actitudinal o interaccional.
Nuestra definición de salud es como “ausencia de enfermedad”, pero, hay situaciones que ponen en tela de juicio esta definición como cuando una se reporta “mal” o “enferma”, pero tras practicarle todos los exámenes clínicos y de ayuda diagnóstica, no se encuentra el “daño”, no es raro que, ante tal situación, el examinador concluya que la persona “no tiene nada” y que “ponga de parte”.
El punto de vista oriental con su definición propia de vincular la totalidad del ser humano en todas sus complejas funciones para saberse con salud y armonía mental (pensamientos, emociones, sentimientos, actitudes, conductas, estados de ánimo, etc.) física (sistema nervioso con sus funciones motrices, sensitivas y de regulación hormonal en íntimo equilibrio con el sistema inmunológico entre muchas otras) y espiritual. Reemplaza el “ya me ha de pasar” por la rápida atención y tratamiento ante las primeras manifestaciones de cualquier enfermedad, respetando los sabios mecanismos de alarma utilizados por nuestro organismo. Es allí donde las terapias restaurativas e inofensivas como la Acupuntura, la Moxibustión y más, son muy valiosas ante los primeros síntomas de desequilibrio orgánico-funcional y también, lógicamente, ya cuando, fruto del déficit de defensas, ya se han hecho crónicas y repetitivas las recaídas de tal o cual enfermedad. Dicha escuela médica advierte que, quien padece una enfermedad difícilmente puede aspirar a una real curación, sea cual sea el tratamiento que reciba, mientras su vida emocional continúe con serias perturbaciones. Así mismo, ningún tratamiento resulta efectivo para la recuperación de la salud si no se hace modificaciones al estilo de vida. (O)