Cifras profundas
En el Museo de Londres hay una tablilla de barro que muestra el resultado del censo realizado por los babilonios en el año 3800 antes de Cristo, para determinar la recaudación del impuesto a la renta.
Contar gente desemboca en cosas interesantes, curiosas, preocupantes. Como las computadoras permiten extrapolar tendencias hacia el futuro, veamos unas cuantas posibilidades. Si el promedio actual de población de la tierra se incrementara, indefinidamente, para el año 3530, la masa total de carne y hueso humanos será igual a la masa de la tierra. Y, -agárrese de la silla, amigo lector-, en el año 6826, la masa total de carne y hueso será igual a la masa del universo conocido. El espíritu se arruga.
Qué tal esta otra verdad. En el tiempo de Julio César, la población de la tierra era de 150 millones de marchantes. Hoy, en dos años, el aumento de la población total es de 150 millones.
O, reduzcamos la troncha de carne. En los minutos que le toma, a usted, leer esta columna, 200 personas morirán y 480 personas asomarán sus narices a la vida. Lo cual significa el valor de dos minutos de vida y muerte.
A qué vienen todas estas cifras que producen el milagro de no preocupar a nadie. No faltará alguien que diga: «Para esos años, yo ya seré polvo y ceniza, o estaré transformado en petróleo en alguna bolsa del subsuelo». La hipótesis tiene su respuesta lógica: así será. Pero los tataranietos estarán aquí; comiendo minerales, intentando pescar algo en mares hirvientes, buscando dónde guarecerse de lluvias químicas y de rayos mortales. Escondiéndose del vecino atracador, o de delincuentes especializados. O, lo que será peor todavía, despojados y asesinados por bandidos de página web, armados por mafias dominantes de ese mundo, propietarias de los únicos nichos productores de porotos.
La tierra es dueña del hombre y no el hombre dueño de la tierra. Resulta irónico que el Día de la Tierra sea una creación del hombre, enemigo exclusivo del planeta. El doctor Roy Hendon, autoridad en geofísica, dice: «El ‘instante’ que la tierra, cansada de tanto abuso, decidiera ejecutar un colosal sacudón cósmico; el hombre, convertido en momia congelada, deambulará en el vacío infinito, como otro meteorito más.»
¿Podremos, los marchantes de hoy, concentrarnos en cuidar la tierra, conscientes que es el único, infinitesimal, refugio de vida; antes que la tierra nos entierre a todos?…Los dinosaurios tienen la respuesta! (O)