Cuando de invertir se trata
Sin llegar a equivocarnos, cuesta defender la idea de tener un país abierto a las inversiones, cuando nosotros mismos, no somos ni hemos sido capaces de defender un modelo de gobernabilidad que lo haga posible.
Eso no quiere significar que no agotemos la garganta en gesticulaciones de reproche y reclamo.
Aguardamos, perdidos entre los alaridos de la muchedumbre que mira los toros detrás de los visillos que guardan las ventanas, por temor a que le tomen una fotografía y le ubiquen en alguno de los andariveles de la encarnizada oposición, que no da tregua ni pide cuartel, sino que simplemente asiste a la faena como cualquier monosabio que se cree espada, a ver si por ahí se le cuela algún trofeo.
Cuando una que otra vez se nos prende la flama libertaria y nos abandonamos a la calle, bandera en mano, a dejarnos saber de la inconformidad que nos convoca, en el momento sublime del éxtasis -seguramente- nos dejamos cautivar por la emotividad, cuando no por alguna encuesta que intenta mostrarnos la luz al final del túnel.
Y es que estamos tan, pero tan convencidos del tema que, incluso, vacacionamos en la azotea de la casa o en el traspatio, solo para no impulsar la economía circular, y menos gastar los pocos reales ahorrados (cuando eso ha sido posible).
Impensable entonces desplazarnos en esta época tan cuestionada como oscura, resultante de la histórica adopción y puesta en práctica de medidas direccionadas a consolidar el totalitarismo y el narcoestado; restando importancia y validez al aperturismo económico y la vida en democracia.
Nos hinchamos los labios exigiendo y criticando que vengan las inversiones, pero evitamos reanimar a los pueblos turísticos golpeados por las vacunas.
Llenamos los pulmones de euforia cada vez que nos enteramos de que los apoyos internacionales arriban al país para atenuar los impactos de la falta de ingresos; y, el excesivo gasto público, colgado de una burocracia que ya no puede sostenerse de las mismas ramas y se balancea en el árbol, para evitar ir de bruces.
Y entonces, el incremento de salarios, la seguridad vial y la vida útil, vuelven a saltar a la escena agarrados de la muletilla que desde hace cincuenta años ha estado acostumbrada a las mismas exigencias y demandas, en las instancias gremiales cuyos titulares son tan recurridos y vigentes como Dorian Grey.
Además, que, agregan al cuestionamiento la eliminación de subsidios a los combustibles, como si se tratara de la estocada final en el tercer tercio de la feria, sin percatarse, que perdieron adeptos y crédulos.
Ojalá que la sensatez nos recupere la visión y la cordura. (O)