Justificar porfías. 2024
Regresar a ver lo recorrido. ¿Con qué ojos accederé a la justificación de mis porfías? Si acaso estos fuesen míos, ojos míos desde siempre, como si no supiera que los hube heredado a los huracanes de mi tierra; como si no recordara entre sueños que se me habían impactado directamente en mis divagaciones, desde niño, y que después supe que fueron escupidos como dos lámparas, por las erupciones de los volcanes que fueron inflamándose en el pecho donde se ponen a parpadear las rebeldías. Así aprendí a amar las luces del bramido, el parpadeo que el rayo guarda en la ceja del olvido.
Me piden que regrese a ver lo recorrido con la intención de saber cómo es que justifico mis porfías. ¿En qué suelo di mis pasos? He caminado más corazones que caminos. He bebido la chicha del abismo de chaquiñanes ebrios de vientos reprimidos. Me han ladrado jaurías en respuesta a mis verbos que han incomodado los olores de sangres mal habidas. He tropezado y he caído. Pero me he levantado con alas de las reservas del destino.
Querer volver a mirar lo ya vivido con las solas tenues lunas de la memoria, insistiendo neciamente en lo casi imperceptible del olvido. ¿Será que con los solos ojos es que se pueden emprender regresos preferidos? ¿Pedirles tal vez, que parpadeen, como si volviesen naufragados de esas patrias que nos duelen porque se han vuelto ajenas, legalizadamente vendidas al bajo costo de la sangre, con la que trafican sus negocios los vampiros?
Y así, desde los tumbos de mis mares, de los que todos llevamos metidos en el cráneo, ¿será que podremos volver a ver lo que nos queda de una robada memoria, que es lo que golpea en la ilusión de las porfías? Es preciso saber hasta dónde llegan los peces de la sangre a deletrear los oficios del mundo y sus fracasos.
¿Qué es la vida cuando se entiende como justificación de las porfías? ¿Acaso no es la plegaria propia y de la propia y plural sangre, cuando busca las venas para conducir las obsesiones? Ahora mi cabeza está llena de truenos, de campanas, de lágrimas, de risas, del dolor propio y del ajeno, de caretas y caretones, de imágenes con rostros de humo, de voces futuras, de puños frustrados, de las impotencias que constitucionalmente ha sancionado la injusticia. Es mi vida un repositorio arrinconado que, a punte porfía, insiste en la salvación de la memoria, esa que la mayoría cree que no le conviene porque no concuerda con la historia.
Y es que se ve y se huele la vanidad cuando entra en concurso el ruido de la vida: Se les ve y se les oye, que hay buitres que regresan presumidos de cóndores de la inmortalidad, de no sé cuántas y aduladas vidas.
¿Nacimos para competir o para compartir? ¿Nacimos para respirar o para contaminar? ¿Nacimos para vivir en competencia o en compañía? ¿Es mi vida o es tu mala suerte? Es entonces cuando entiendo que necesito que mi fe se vuelva carne y que los sueños se vuelvan tierra de labriegos. Es cuando propongo mi porfía en tratar de entender que la tierra es fértil cuando se labra con justicia, donde haya aves que inventen sus vuelos porque deben saber que el cielo y la memoria son la patria obsesiva de los libres. (O)