Victorias legislativas a discreción
Hay momentos en que la historia nos retrotrae a la batalla de Heraclea en el 280 a.C., para ilustrarnos lo que significa un “triunfo pírrico”, como ocurre con algunas de las actuaciones de la Asamblea Nacional cuando logran aprobar ciertas medidas o leyes que, aunque técnicamente sean unas victorias, resultan en consecuencias negativas o costos elevados para el país o para los propios legisladores.
Es que -un triunfo pírrico- es una victoria obtenida con tan grandes pérdidas que equivale a una derrota, tanto que, parafraseando en el tiempo, muchos de esos actores políticos ‘volverán solos’.
Los ejemplos abundan, para graficar el comentario inicial de esta tragicomedia a la que nos estamos acostumbrando, con tan malos augurios, como resultados:
La aprobación de reformas impopulares es una de ellas porque de suyo pueden llevar a un descontento generalizado, protestas y una pérdida significativa de apoyo popular para los legisladores.
Las leyes con consecuencias económicas negativas que, aunque bien intencionadas, su implementación de políticas resulta en un impacto económico negativo, como la disminución de la inversión extranjera, el aumento del desempleo o la inflación.
Los conflictos internos, derivados de aprobaciones o improbaciones de leyes o decisiones que generan divisiones internas en la Asamblea o en el gobierno, debilitando de esa manera la cohesión y la capacidad de gobernar de manera efectiva.
Finalmente, sin excluir otras que, por ahora pueden pasar inadvertidas, la legislación sin implementación efectiva porque, aprobar leyes que, aunque avanzan en papel, no pueden implementarse eficazmente debido a falta de recursos, infraestructura o apoyo institucional, conducen indefectiblemente a una sensación de frustración y pérdida de credibilidad que se traduce o interpreta, como ya dijimos, en victorias legislativas que se asemejan a los triunfos pírricos.
Y es que resulta, además, ridículo y hasta risible, constatar como articulan y adecuan los temas y los votos, para llegar -con bombos y platillos- a esas consecuciones legislativas tan propias del circo que está montado, declarando días festivos o limpiando pecados a delincuentes.
Felizmente las investigaciones de la fiscalía y los procesos jurisdiccionales avanzan sin tregua, caso contrario tendríamos ante nuestra mirada un sinfín de (triunfos pírricos) batallas perdidas, glorificadas por malhechores, proscritos y reos, camuflados en áticos y explanadas irreverentes y de mal gusto, edificados al calor del despilfarro y la maledicencia.
Este país merece no solo un baño de verdad, sino de toda una verdad -tan grande como los sueños de los niños y de los justos- que permita y concluya con un cambio irreversible que nos encamine por el sendero del bien, la justicia y la libertad.
Hoy, más que antes, no podemos perder el paso y menos la indeclinable decisión de avanzar en temas como seguridad y lucha contra la corrupción y la narcoviolencia. (O)