Desesperanza
Hace pocos días se llevaron a cabo los comicios nacionales en Venezuela, un país sumido en una profunda crisis social, económica y política. Al frente de Venezuela se encuentra una de esas dictaduras disfrazadas de democracias, tan comunes en el Socialismo del Siglo XXI. El académico y ex presidente de la República del Ecuador, Osvaldo Hurtado, en su libro «Dictaduras del Siglo XXI», ya describió el modus operandi de estos regímenes: llegan al poder a través de la democracia, empleando un recalcitrante populismo que divide al país entre «patriotas» y «los otros»; cuando se sientan en el sillón de mando, empiezan a realizar cambios constitucionales, convocan a Asambleas Constituyentes «de plenos poderes» y ahí instrumentalizan su proyecto autoritario, creando constituciones hiperpresidencialistas que permiten la toma de los distintos poderes o funciones del Estado. Finalmente, se apoderan de la función electoral y, desde ahí, los dictadores ya no pueden ser sacados del poder vía elecciones, y los fraudes electorales se vuelven recurrentes, garantizando, así, la permanencia eterna del dictador en el poder.
Varios venezolanos que no habían perdido la fe se congregaron en distintos puntos de las ciudades ecuatorianas. En Ambato, se reunieron en el tradicional Parque Cevallos, y la congregación más grande del país se llevó a cabo en Quito, cerca del CCI. En sus ojos aún guardaban la esperanza de que la situación podía cambiar, ya que estas elecciones no dependían de factores como popularidad y aceptación -Maduro es un líder políticamente derrotado-, sino de las gestiones y malabares que tendrían que hacer los funcionarios del poder electoral para «cuadrar» un triunfo del régimen. Al parecer, los malabares no fueron tan difíciles, y crearon un porcentaje del 51% de votos para Maduro. Después de revelarse la «irreversible» tendencia, los venezolanos, cabizbajos, regresaron a sus casas, habiendo perdido la esperanza, pensando en sus familiares que se encuentran en otros países y en aquellos que, por no haber podido migrar, sufren los avatares del socialismo en Venezuela.
La imagen de un pueblo derrotado, cuya dignidad ha sido injustamente pisoteada por un dictador cuya talla moral y académica no se iguala a la de un burro o una rata, se pudo ver en las calles de nuestro país, donde la presencia migrante es amplia. El retrato de un pueblo que ha perdido su esencia me partió el alma, y creo que todas las personas, desde cualquier trinchera, debemos denunciar y combatir las injusticias de esta gente, que se dicen ser los «guardianes de la justicia social».
Lamentablemente, en Venezuela la situación ya está en una etapa muy compleja. El titiritero, Diosdado Cabello, y su títere, Nicolás Maduro, no han dado señales de querer dejar el poder, y la situación de ese país es cada día más apremiante. Solo una bomba que sea activada al interior del régimen podría hacer tambalear esta estructura dictatorial. (O)
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