9 de Agosto Día de la Cultura en Ecuador
Ecuador, pluricultural y megadiverso en toda su existencia e historia, a partir de la guerra de 1.941-1.942 que perdimos contra Perú, necesitó de un liderazgo tan representativo y desinteresado que pensara en la posibilidad de crear ese Desarrollo por medio de la opción de dar un lugar en este país para las Artes y la Cultura. Por ello, en 1.944, se consolida la importante idea de Benjamín Carrión para crear la Casa de la Cultura del Ecuador, incidiendo positivamente en el refugio y alivio que representan las Artes en su absoluta diversidad para los pueblos.
Benjamín Carrión, intelectual, político, pensador y gran visionario fundamental para el país, procuró creer en que las alternativas de abrir espacios para el debate, la libertad de pensamiento, la libertad de creación, la diversidad de expresiones artísticas, el patrimonio material e inmaterial, todo aquello que fortalece nuestra Identidad a través del propio conocimiento de nuestra historia como nación tuvieran un lugar en cada Provincia de este sagrado territorio, el Ecuador. Y asi fue que a partir de esa época, en el siglo XX, 1.944, se empezaron a empoderar nuestras poblaciones creyendo en las alternativas de generar espacios para la Cultura a través de la institucionalidad que pudiera tener la “Casa de la Cultura ecuatoriana Benjamín Carrión”, en cada provincia del Ecuador.
Transcurridos 80 años aproximadamente, después de lograr mantener esa institucionalidad intacta, con muchos alti-bajos como es normal en política, ahora en el año 2.024, vemos el estado de esa noble institución para reconocer lo transitado en el laborioso camino de la Cultura y su profunda belleza y diversidad.
Es entonces cuando observamos con tristeza la notoria escasa gestión cultural efectivizada en una Casa de la Cultura vacía en la Sede nacional en Quito, con pasillos llenos de obscuridad e inercia, no sinergia, espacios quebrados con el dolor de la inoperancia y burocracia permanente, espacios que reclaman que se devuelvan los proyectos culturales que tantos artistas representativos lograron mantener durante décadas hasta que llegó la actual administración a desaparecerlos de un solo plumazo, sin ningún fundamento, análisis técnico, y obviamente sin nuevas propuestas que los reemplacen siquiera.
Dentro del desastre de la soledad y la inercia permanente en este espacio dominado por preferencias políticas partidistas de turno, se plantea una alternativa bastante criticada socialmente de reformar la Ley Orgánica de Cultura, procurando cambiar el nombre de la “Casa de la Cultura Benjamín Carrión” por “Casa de laS CulturaS”; olvidando que somos una sola Cultura, que representa a una sola nación, sin intentar traer a colación viejas prácticas maquiavélicas de dividir permanentemente y tratar de reinar o tener la razón; tal como lo hacen por ejemplo conmemorando el Día Internacional de los Pueblos Indígenas en El LLanito en Izalco, El Salvador, donde según Naciones Unidas, hay 476 millones de pueblos indígenas en 90 países, repartidos en más de 200 grupos de pueblos indígenas que han elegido vivir separados del resto del mundo, pero que a pesar de aquello en cada país se acepta y reconocen como parte de su propia y única nación y como parte de su única y propia Cultura.
Es cuando recordamos al buen Juan Montalvo cuando nos dice: “El ladrón! Amigos, allí va el ladrón. Huiréis de la justicia, pero la infamia se pega en el rostro, en señal indeleble; y por mucho que gritéis, la gente dice: estos son.” Reconocemos entonces, qué pasa cuando el pueblo soporta las injusticias callado y abatido, cuando ve en silencio y en quietud cómo se pretende burlar de la historia sin tener un ápice de respeto por los antecesores, antepasados o ancestros, cuando por usar el discursito de “renovar” se olvidan de lo que representan las luchas de logros sociales que fortalecen lo que se puede entender como Identidad, que tanto a nuestas poblaciones actuales les urge interiorizar; es cuando se comprende efectivamente que un pueblo cuando no conoce su propia historia está irreparablemente condenado a repetirla. (O)