Cavila y vencerás 

Columnistas, Opinión

¡Qué complicado se vuelve vivir entre el desaliento y el temor!

Algunas personas tienen un don especial para desanimar a los demás y disfrutar de su pesadumbre y auto abandono.

No alcanzo a explicarme el porqué de esa manía. Me parece injusta e innecesaria -sobre todo- en épocas preelectorales. Pero, que convive entre nosotros y cada vez pretende asumir mayor protagonismo, es un hecho irrefutable y de ninguna manera plausible.

Si repasamos el escenario que frecuentamos y nos desenvolvemos, lo primero será reconocer que estamos afincados en un espacio de circulación y libre comentario, de forma que “el susurro al oído y el chisme” son práctica corriente.

Si se agrega algo de picardía, tendremos ante nosotros una presentación estereotipada de algo o de alguien -en cercanía- aunque no necesariamente de intimidad. Pero, la fuerza del comentario ‘a troche y moche’ introduce en un esquema de reiteración que deshumaniza, al punto de volver a la persona parte de una cadena de transmisión de ideas, dichos o chismes.

Si se asumió ese comportamiento, seguidamente se ingresará en la bola de nieve del automático e irreflexivo comentario que lo único que pretende es aparecer en la charla, reunión o red y apuntalar -con esa intervención- su presencia en el medio.

¡Lo demás, vendrá por añadidura!

Esto es, vivir entre desaliento y temor, porque la rueda de molino que activa la lengua en tiempo electoral no es otra que el demérito, la diatriba y la descalificación, bajo el argumento de que siempre es saludable “poner el dedo en la llaga” antes de tomar una posición, porque todo lo que se ha hecho es malo o con el tiempo y bajo esa óptica, lo será.

Esta generalización, no es gratuita. Importa a una potencial ubicación, que no siempre se concreta, sobre todo en tema laboral, porque simplemente ‘no hay cama para tanta gente’ y, el que sale a la calle, lleva la brocha y pega el afiche, difícilmente llega a director o gerente.

Y nos llenamos la boca de exhortaciones en favor de la igualdad. Y terminamos más desiguales que nunca.

Y nos limitan la libertad de elegir. Nos obligan a votar por listas y consecuentemente escoger a quienes no necesariamente conocemos ni queremos.

Y se insiste en hablar de asimetrías pretendiendo fortalecer una paridad que lleve a la igualdad y terminamos más desmejorados que antes, porque no se trata -solo- de equilibrar el género sino de gobernar y legislar para la sociedad.

Quienes más pontifican suelen ser -aunque no siempre- los que tuvieron la oportunidad de hacer algo por ese supuesto equilibrio en elecciones pasadas y no lo consiguieron.

Somos seres humanos diferentes: Con emociones y pensamientos distintos, capacidades únicas y motivaciones que nos individualizan. ¡Libres! Mal entonces la insistencia de pretender encasillarnos como objetos electorales.

Las desigualdades en política son una realidad incuestionable. Han existido desde siempre y “las reglas con dedicatoria” no han podido corregirlas y peor eliminarlas.

Finalmente, somos artífices de nuestro propio destino. (O)

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