Dolor de mujer tras robo domiciliario
Eran las 13:00 horas del 9 de octubre, cuando la vida de una mujer de 62 años de edad, cambió para siempre. Como todos los días, regresaba a su hogar tras una jornada de trabajo, esperando encontrar la tranquilidad de su espacio, el refugio que había construido con tanto esfuerzo en el sector Huachi Grande. Pero al cruzar la puerta, el silencio que reinaba en su hogar no era el habitual de una casa en calma. Esta vez, era el vacío de algo que ya no estaba.
La puerta principal, la misma que tantas veces había cerrado para resguardarse del mundo exterior, yacía abierta, violentada. Las seguridades forzadas eran la primera señal de un golpe brutal a su paz. El corazón de la dama se encogió mientras, con manos temblorosas, recorría cada rincón de su vivienda. Los cajones revueltos, los objetos tirados, todo era testigo de la invasión que había ocurrido en su ausencia.
La lista de pérdidas materiales fue larga: tres mil dólares, dos televisores, herramientas que su esposo usaba en su pequeño taller, y un cilindro de gas. Pero lo más devastador no era lo material, sino el sentimiento de haber sido despojada de su seguridad, de su confianza en su propio hogar.
Para una mujer que ha trabajado toda su vida, cada uno de esos objetos tenía un significado, un valor que iba más allá de lo monetario. Eran símbolos de su esfuerzo, de los años dedicados a construir algo sólido para ella y su familia.
Los vecinos, desconcertados, no pudieron aportar ninguna pista. Nadie había visto nada, nadie había escuchado nada. La ausencia de cámaras de seguridad en la zona dejó el misterio sin respuestas. Lo único claro es que, en la soledad de la tarde, cuando el sol iluminaba las calles vacías, el ladrón o los ladrones aprovecharon para romper más que una puerta: rompieron el sentido de hogar. (I)