¿Herencia cultural o legado de dominación?

Columnistas, Opinión

12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón llega accidentalmente a Las Antillas.

Colón buscaba una ruta para comerciar con Asia Oriental atraído por la demanda de metales preciosos, especias y seda. Se quería evitar el poder de los otomanos (turcos) que controlaban el poder en el Mediterráneo Oriental “desde la conquista de Constantinopla en 1453, un auge que apenas cejaría hasta la ocupación de Siria, Palestina y Egipto por el sultán Selim I en 1516 – 1517, hizo que las dificultades para mantener los contactos comerciales con Oriente fuesen aún mayores” (p. 19, Espino Antonio, Exploradores del Nuevo Mundo, Ediciones Arpa, Barcelona, 2024).  

¿Qué espíritu venía en los hombres de las tres carabelas? No eran aventureros sino gente de codicia, hombres que querían ser ricos a toda costa, que desafiaban los riesgos. Digamos que Colón fue algo así como un coyotero enganchador que ilusionaba a los depauperados con el premio de llegar a ser opulentos. Paralelamente ahora diríamos: No se hablaba a los empesinados migrantes  de los pasos por el Darién, sus caminatas, hambre, enfermedades, nativos salvajes, violaciones, travesías por toda Centro América, los peligros de México, hordas criminales, etc. 

Se tenía en cuenta la experiencia de apropiarse de las islas Canarias entre 1492 a 1496 y lo que venían haciendo en el norte de África, dominando pueblos para esclavizar a los nativos vencidos. La experiencia de saqueo y esclavizamiento a los sometidos la tuvieron también en esas campañas de la llamada conquista de Granada también por los años 1492. La dominación árabe sucumbió ante la arremetida cristiana que terminó convirtiendo en tributaria a la población, como un paso más “encubierto” de las modernas esclavitudes donde se paga tributo hasta por el suelo en que se pisa, el agua y el fruto del propio trabajo. 

 La experiencia y el espíritu de esta gente era la de ser vulgares saqueadores de poblados, que cuando llegaron a América estaban involucrados en una práctica en la que encontramos involucrados a los curas que se sumaron a estas huestes, como el caso de Valverde en Cajamarca, o el más evidente, en el padre Carvajal que era cura fusilero que acompañó a Orellana en la travesía del llamado descubrimiento del Amazonas; o el sacerdote y militar Pedro La Gasca que vino a “pacificar” la sublevación de Gonzalo Pizarro en Quito y fue designado Presidente de  la Audiencia de Lima en 1546, y terminó como obispo de Palencia en 1550 a 1561. (Véase mi libro La Cabeza del Virrey (2023)

Si revisamos los datos de la historia, se dan algunas coincidencias en esta época. Colón vino sin un solo cura en el primer viaje, pero según el investigador Espino, en lo posterior tuvo que actuar con hipocresía. “El genovés procuró por todos los medios dejar bien sentado  que el motivo principal de lo que a la postre supuso una gran hazaña fue la conversión de los infieles “descubiertos” y por descubrir. Una auténtica hipocresía, habida cuenta de que por las llamadas Capitulaciones de Santa Fe -suscritas en abril de 1492-, amén de los cargos políticos y honorarios importantes para sí mismo y sus descendientes concedidos por los Reyes Católicos, Colón se hizo beneficiar con el 10% de las riquezas generadas por las nuevas tierras y se reservaba hasta un octavo de todo el tráfico comercial establecido con Ultramar. Y eso no fue todo… la imagen menos conocida de Colón, acaso sea la del emprendedor esclavista.” (p. 21) 

¿Acaso sea este uno de los primeros datos de un legado de que la ley solo nos ha servido de trampa a los intereses de esa doble moral con la que vivimos? 

Cuando Colón se dio cuenta que estaba perdido en otro mundo y no encontró ni sedas, ni especias ni oro en grandes cantidades “Colón optó por establecer el primer comercio regular de esclavos entre el Caribe y los puertos de Castilla”. (Ibidem). (O)

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