Integridad total
Solo recuperando los valores perdidos lograremos que el poder sirva a los ciudadanos,
no los ciudadanos al poder. Entonces seremos capaces de renunciar una parte de nuestro
bienestar para brindar un minuto de satisfacción a los demás; callar para escuchar;
renunciar al yo para dar cabida al tú.
La adopción de una escala de valores otorga una talla moral a la persona, a una nación,
porque de la solvencia y la integridad de los mismos depende la “pulcritud” que se
aplique al proyecto común de la sociedad.
Parece que las clases dirigentes han olvidado que todo en esta vida tiene costo y valor.
Lamentablemente, la mayoría de sus miembros evalúa su estado de satisfacción en
función de los bienes materiales que posee, sin razonar que la felicidad que
proporcionan es felicidad relativa. Cuando mas se tiene, mayor es la inquietud y el
desasosiego por el temor de perder; sin embargo, somos cortos de vista. Por esta
comezón permanente, sacrificamos la estabilidad del hogar, la sonrisa de un niño, la
complicidad de una mirada o el calor de las caricias.
Pagamos precio exagerado por un coche último modelo, un automóvil de cuarta
generación, por viajes o estar en onda. No es difícil distinguir entre el costo material de
una cosa y el valor moral que representa.
Todos los días salimos a trabajar, a dar lo mejor de nosotros para obtener un sueldo,
ganar el pan de cada día, siempre que la empresa publica o privada este satisfecha con
nuestro desempeño. Detrás de ese esfuerzo haya una serie e metas que las hemos ido
estructurando a través de los años. No obstante, como los hombres y mujeres somos
heterogéneos física y mentalmente, los ideales también son diferentes. A veces
luchamos por algo cimero, otras por caprichos flacos.
Precisamente, por nuestro propio bien, necesitamos recuperar los valores que están en
juego y hacer de ellos la bandera de actuación en contra quienes los ignoran, porque los
valores son aquellos que hace que las cosas por lo que luchamos sean buenas, que por
ser buenas las apreciemos y sean dignas de nuestra ferviente atención.
Conviene nutrirnos con el pensamiento de grandes hombres como es el caso del
presidente John Fitzgerald Kennedy: “La grandeza de un hombre está en relación
directa a la evidencia de su fuerza moral”