ELECTOR EN EL TIEMPO
Como esos niños que creen en la magia y miran a las manos del mago para contagiarse de sabiduría, el imprescindible voto vergonzante, como el inoportuno sufragio obligatorio, pueden consumar la trilogía del éxito si subyacen a la omnímoda voluntad del tirano que, aunque ausente del territorio por sus fechorías, les recuerda lo incómodo de la dádiva, lo doloroso de la postergación y lo inaudito de la miseria, a las que -él mismo- les acostumbró.
Seguidamente, lo más seguro será que el léxico se transfigure como si se tratase del género ante la presunción de sentirse otro y gesticulaciones den rienda suelta al cacareo fraseológico de reconocimiento de “robó, pero hizo obra” para justificar su exabrupto electoral.
¡No pasan de ser unos charlatanes crónicos! Superlativamente inmorales, cuando con conocimiento de causa buscan extender el mal a sus congéneres, para regodear la mirada y extasiarse con su infortunio.
Todo lleva a pensar que es muy posible terminar siendo parte de una patología indescifrable de “homo sapiens” y “homo erectus” en el declive de la sabiduría y el porte, pues no de otra forma podría explicarse esa natural tendencia auto destructora de propio destino.
Insatisfechos y prepotentes, desestiman de su entorno todo aquello que suene a diferencia y progreso, porque los colma exclusivamente el recuerdo “…tan, pero tan cercano…” de “quipus y ayllus” des merecidamente interrumpidos y compartidos con raras costumbres, idioma y religión, que ahora ya son parte inherente de nuestra historia.
Ese mal sabor de boca, empezamos a sentir -nuevamente- cada vez que los candidatos ofrecen vino, pan y copa, con el solo propósito de hacernos sentir distintos, efusivos y dinámicos como ellos, propositivos y cambiantes como lluvia en tiempo de sequía.
Si tan solo cumplieran una de sus promesas, estaríamos hablando de otra cosa en este país.
Pero claro, como se trata de apuntar los dardos en el centro del tiro al blanco y llegar a la meta, son salvadores in extremis y su palabra, cual testamento abierto, pretende ser compartida entre todos para que alcance.
No se de a cómo nos toque, pero sí de preferencias hablamos, elijo estar libre de la tentación de recibir algo de esas manos que ni siquiera se entrelazan cuando más se necesita para simbolizar unidad, mucho menos para empujar el carro y salir adelante de los impasses y los infortunios como nación.
Las delicias del poder no pasan de ser sino un cúmulo de amarguras y sinsabores que -tempranamente- saboreadas, permiten distinguir bien y mal; y, a despecho de otros intereses, impulsar ese afán de proseguir en el empeño de cambiar el estado de las cosas.
El voto honesto y sincero hará la diferencia.