La elegancia del silencio
¿Usted habría “servido” para político? No me refiero a su capacidad intelectual,
resolutiva o moral, sino a su carácter. Dicho de otra forma ¿Cree usted que frente a
injuriosos ataques que pretendiesen mancillar su dignidad, respondería con altivez y
señorío o le ganaría la ira y el descontrol? En una palabra ¿Cree usted ser un “cara
dura” para la política?
En un ambiente de podredumbre ética como el de la política en el Ecuador, esa sería
una condición clave a considerar antes de decidir ingresar o no a esas lides, porque si
respondió negativamente a las preguntas anteriores lo más seguro es que a la primera
de bastos haga un papelón al tratar de defender su honra, causa que puede ser por
demás justa, pero hay que saber pelearla. En la vida diaria, y más aún en la política,
muchas veces frente a la calumnia y la mala fe lo más prudente es la elegancia del
silencio.
Dos mil quinientos años atrás, el gran filósofo Sócrates ya nos previno al respecto
cuando un día fue atacado por un tipo grosero y patán quien llegó incluso a abofetear
al inmortal personaje frente a un montón de gente al no poder convencer con sus
ideas. La reacción de Sócrates frente a tamaña agresión fue memorable. No hizo nada.
No gritó, no respondió con violencia, nada.
Uno de sus discípulos preguntó sobre el comportamiento de su maestro, y el gran
filósofo respondió: “Si un burro me hubiera pateado, ¿lo habría llevado a la corte? “
¿Qué nos enseña Sócrates? Que una persona inteligente nunca debe rebajarse al nivel
de un idiota y que, por tanto, a veces el silencio es la respuesta más elegante.
Y es elegante porque no es casualidad que “elegancia” venga del latín “electro”, que
significa luz. Es decir que, una persona elegante no es aquella que usa ropa de marca,
camina con gracia u ostenta objetos caros, sino aquella que sabe comportarse, cuándo
hablar y cuándo guardar silencio. Elegante es aquel que emana luz con su conducta.
Cada vez admiro más a políticos como Fernando Villavicencio quien con su propia vida
defendió la verdad y la honestidad y enfrentó además (lo siguen haciendo ahora sus
hijas, mujeres ellas valientes, íntegras y de supina inteligencia) un vendaval de
mentiras e inventos mal intencionados sin perder jamás el control. Lo mismo puedo
decir de damas de la talla de Mónica Palencia y Gabriela Sommerfeld quienes en
calidad de ministras del actual gobierno fueron llamadas a declarar en la Asamblea
Nacional dando, las dos, lecciones de aplomo y dignidad frente a vulgares gritos
destemplados de varias mujeres asambleístas del correísmo.
Sí, frente a insultos y bajezas de todo calibre en ocasiones debemos hacer como
Sócrates: cultivar la elegancia del silencio.