Reflexión sobre la Discriminación en el Deporte

Columnistas, Opinión

La vestimenta de un hombre negro no debería ser motivo de controversia, pero en la reciente Copa Libertadores, la elegancia de Segundo Castillo, entrenador de Barcelona, generó más comentarios que su estrategia de juego contra Corintias. En lugar de centrarse en su desempeño deportivo, los medios de comunicación y muchos aficionados hicieron de su atuendo el foco de atención. Esto lleva a preguntarnos: ¿molesta realmente su vestimenta o es el hecho de que un hombre afrodescendiente ose vestir con distinción lo que incomoda a algunos?

Para quienes defienden una “humildad” racializada, su traje fue visto como una provocación, un exceso fuera de lugar. En su percepción distorsionada, la dignidad de una persona negra parece aceptable solo si se presenta en condición de carencia, nunca con refinamiento o éxito. Así opera el racismo: enmascara su incomodidad con críticas superficiales y estilísticas mientras evade las verdaderas preguntas de fondo. No importa cuánto alguien logre, si su piel es negra, la sociedad impone la expectativa de sumisión y modestia, para luego negar con hipocresía cualquier sesgo discriminatorio.

Los comentarios en redes sociales al día siguiente del partido lo evidenciaron de manera clara y alarmante. Expresiones como: “Mozo esclavo pásame un vino”, “Terminó el partido y salió a hacer la primera comunión”, “Negro sobrado”, o “Parece mayordomo de plantaciones de algodón en tiempos de esclavitud”, dejan en claro el prejuicio que aún persiste en nuestra sociedad. Estas frases, cargadas de odio y desprecio, demuestran que el racismo sigue siendo una realidad cotidiana, disfrazada de humor o crítica inofensiva.

Nos olvidamos de un principio fundamental: todos fuimos creados con amor y verdad, sin distinción alguna y con la misma dignidad. No es el color de la piel lo que define el valor de una persona, sino la nobleza de su corazón y sus acciones. Es el respeto y la justicia los que deben guiar nuestras interacciones, derribando barreras y fomentando el amor en lugar del desprecio. Dios nos hizo diversos para reflejar su grandeza, y en esa diversidad debemos encontrar la unidad y la fraternidad.

La piel no determina quiénes somos en verdad; somos obra de Dios, una creación hermosa y valiosa. No permitamos que el odio, el racismo y el miedo dicten nuestro comportamiento. Derribemos prejuicios, aprendamos a abrazar y miremos a cada ser humano con amor y fe. No hay superioridad en el tono de la piel, solo en la capacidad de amar en lugar de despreciar. La discriminación no es solo una injusticia social, sino también una afrenta contra nuestro Creador, quien nos hizo diferentes para que en esa diversidad florezca la riqueza de la humanidad. (O)

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