¡Ganamos!

Sí, celebremos juntos. La victoria de Daniel Noboa trasciende su figura individual para convertirse en un logro nacional porque con él ganamos todos: la niñez liberada del adoctrinamiento; la juventud con un futuro esperanzador; el ama de casa que no verá su dinero convertido en pilas de billetes sin valor; el empresario con confianza en invertir y generar más empleo; el emprendedor con mayores oportunidades; el enfermo con atención digna; el ciudadano común con una economía más dinámica; y por supuesto, gana también la dignidad, la honestidad, el respeto y la decencia; en conclusión, gana lo bueno.
Confieso que este «ganamos» colectivo resuena profundamente en mi sentir individual porque con el corazón henchido de satisfacción, celebro, entre otras cosas, un mejor futuro para mis hijos y nietos; un mejor nivel de vida; celebro la paz, la tranquilidad, la seguridad y, cómo no, la tan anhelada libertad. Sí, gané todo eso y como yo, ganamos dieciocho millones de ecuatorianos.
Y si bien todo lo ganado es significativo, un hecho altamente trascendente es además que la figura de Daniel Noboa cuando candidato y ahora como presidente electo, encarna la reivindicación de valores morales erradicados por completo durante el correísmo, lo cual resonó profundamente entre los ciudadanos de bien. Por este detalle, importantísimo y profundamente decidor, el domingo de elecciones más del 55% de votantes festejamos como si la victoria hubiese sido propia; como si hubiésemos sido nosotros quienes competimos; como si uno mismo hubiera peleado vis a vis con el enemigo… y ganado.
Y es que, al analizarlo con detenimiento, de verdad peleamos, cada ciudadano de este país libró, directa o indirectamente, una dura batalla contra el odio, el terror, la corrupción institucionalizada, la impunidad y la muerte; y aunque lo seguimos haciendo, porque esta batalla en particular aún no la ganamos del todo, la victoria electoral abre el camino para ello. La celebración, pues, se justifica con creces.
Ahora bien, a pesar de los duros golpes electorales de los últimos años sufridos por el correísmo y los escándalos de corrupción que los han perseguido desde siempre, su indiscutible debilitamiento actual no implica extinción inminente. El arraigo popular que aún conservan y el narcoterrorismo que los sustenta son elementos cruciales que demandan una evaluación moderada de su futuro político.
En consecuencia, la consolidación de esta victoria y el eventual ocaso definitivo del correísmo dependen intrínsecamente de la gestión eficaz y los méritos propios que Daniel Noboa demuestre durante los próximos cuatro años.
Y tengo fe de que así será, de que al finalizar el periodo, todos al unísono volvamos a gritar eufóricos: ¡Ganamos!
¡Suerte presidente! (O)