A refundar asientos / Pedro Reino
Muchos dicen que yo vine tras de don Sebastián de Benalcázar, confiado en su fama de Adelantado en los llamadosdescubrimientos. Se decía que con veinte caballos habían derrumbado un imperio. El de los incas. ¿Se dan cuenta cuánto valen los relinchos mezclados con la audacia de la palabra? Creo que debo decirles de modo contrario: ¿Se dan cuenta cuánto valen las palabras mezcladas con la audacia de los relinchos?
Eran mis tiempos en América cuando él se llamaba Sebastián Moyano y Cabrera, nacido en 1480 en los socavones del castillo de Benalcázar.
Puede ser la verdad de otra de mis sombras, el hecho de que habiendo venido yo con el licenciado Juan de Gallegos, me convertí en esposo de su hija doña Isabel de Montesdeoca. Y no me pregunten por qué tiene otro apellido. Son secretos de familia o inconsistencias del destino.
En la palabra descubrimiento, se debe entender que se acumularon todas las maneras de edificar nuestra codicia. Fue como una precaución para nuestra seguridad y la de nuestros descendientes. Si no lo hemos visto todo, queda para el futuro el hacer nuevos descubrimientos.
Luego de descubrir, que para nosotros significaba poseer, teníamos que borrar su pasado y refundar los pueblos bárbaros, a nuestro nombre, ante un escribano. Eso nos daba la certeza de ser los beneficiarios inmediatos de una posesión, con reparto de tierras para colonizar, y tener poder para la designación de empleos.
Todo quedaba por escrito para que la historia nos rememore con asombro, argumentando que la han de sostener por verdadera. Mi sombra me decía que ellos, los sometidos, nunca la podrán reescribir. Así, no importará lo que en contrario puedan decir de nuestra historia. Todo se volverá mito para los que pretendan la falsificación de nuestra sombra. ¿Habéis visto la lápida de don Sebastián en Cartagena de Indias?:
«Esta tumba pudo encerrar a Belalcázar,
pero no fue poderosa para encerrar su fama:
sucumbió a la muerte, que todo temporal trastorna;
mas pluma piadosa celebrará sus hechos.»
Pregúntenle a otra de las calaveras de mi sombra. Les dirá que me propuse a refundar asientos por Riobamba, por Jambato y por Tacunga. Desde luego que fundar villas era más rentable aunque no más fácil, porque se las podía mover de acuerdo a nuestro antojo. Resultaba todo un acontecimiento el repartir solares y haciendas a los castellanos, a los andaluces y a los extremeños, hasta por tres vidas. Si no se ponían de acuerdo, se anulaban los repartimientos y se volvía al reparto y a la fundación de asientos como si fueran mantas en los hocicos de los perros. Por eso en Cali o en Antioquia se repartieron cuatro veces las tierras, como hicieron en sus disputas el bachiller Madroñero por encargo de Benalcázar, y el conquistador Heredia que vivía muy ocupado con los indios y con los adelantados.
En este oficio de hacer pueblos con indios desbandados, duré más de cinco años desde 1570 por Jambato. Tengo mucho que referirles, para que adviertan cómo era necesaria la sombra de la Astucia en esos tiempos. Sin astucia no se habría podido conseguir supervivencia en Indias. La astucia era de dos cabezas, una para los de aquí y otra para los que llegábamos del viejo continente. De una parte estaba la propia sedición y el engaño; y del lado de los indios teníamos, a parte de su sedición contra los incas, su incertidumbre y su rebeldía.
Esta es una herencia por la que tendrán que agradecer nuestros descendientes indianos y mestizos en el futuro; sobre todo quienes, sin saberlo, serán más hispanistas que los peninsulares. La astucia ha surgido en la forja de nuestra dolorosa experiencia. (O)