Acuerdo incómodo / Fabricio Dávila Espinoza
La mala reputación de la Asamblea, que algunos llaman del 2%, sin duda impactará en la imagen del nuevo período legislativo. Con razones justificadas, la ciudadanía desconfía de una institución rodeada de sobornos, repartos de hospitales y carnets de discapacidad ilegítimos.
El rechazo a su gestión fue evidente en las últimas votaciones. De los 137 miembros, 42 se presentaron a la reelección y solamente 13 lograron los votos para quedarse. La mayoría de asambleístas representa el deseo de ver rostros nuevos y al mismo tiempo la ilusión de observar prácticas ordinarias alejadas del actual modus de hacer política.
La primera vuelta determinó la inexistencia de una mayoría legislativa absoluta y la segunda vuelta estableció el escenario definitivo para los próximos cuatro años. Entonces, el acuerdo entre partidos, movimientos e independientes es forzoso y los cabildeos, diálogos y negociaciones son inevitables. Hasta la víspera de la primera reunión, sobre los arreglos y sus condiciones, solamente hay rumores y declaraciones semioficiales. Lo único claro es la conformación una mayoría móvil. Y en esto, las experiencias previas son tremendas. Al inicio funcionan, pero al final, terminan desintegrándose y desprestigiándose.
En el Ecuador, la política es el arte de lo imposible. Cuatro meses atrás, el movimiento UNES de Rafael Correa y la alianza de Creo con el partido Social Cristiano eran antagonistas irreconciliables. El correísmo no se cansó de tachar de banquero neoliberal y causante del feriado bancario a su adversario. Pero, tras el triunfo de Guillermo Lasso, el panorama cambió. La noche de la derrota el aprendiz de absolutista felicitó a su contrincante y poco después desde Bélgica se ofreció apoyo al nuevo gobierno. Los acuerdos son necesarios y cuando se realizan a la luz del día son legítimos. Lo contrario es reprochable.
La mayoría de provincias apoyó la propuesta de poner fin a los 14 años de corrupción y falta de libertad. Ahora, llama la atención que se esté pactando con los representantes del desfalco del país y los prófugos de la justicia. También preocupa que el movimiento indígena y la Izquierda Democrática no faciliten un acuerdo de gobernabilidad. La democracia implica tolerancia y respeto, sin rebasar ciertas fronteras. Por ahora resta esperar que la presidencia de la Asamblea no sea el pretexto para forjar amnistías que dejen en la impunidad delitos que saltan a la vista. Vale recordar que, en Argentina, el presidente Macri trató con el kirchnerismo, que no dudó en hacer que el gobierno fracase, para retornar a la Casa Rosada.
La mala reputación de la Asamblea, que algunos llaman del 2%, sin duda impactará en la imagen del nuevo período legislativo. Con razones justificadas, la ciudadanía desconfía de una institución rodeada de sobornos, repartos de hospitales y carnets de discapacidad ilegítimos.
El rechazo a su gestión fue evidente en las últimas votaciones. De los 137 miembros, 42 se presentaron a la reelección y solamente 13 lograron los votos para quedarse. La mayoría de asambleístas representa el deseo de ver rostros nuevos y al mismo tiempo la ilusión de observar prácticas ordinarias alejadas del actual modus de hacer política.
La primera vuelta determinó la inexistencia de una mayoría legislativa absoluta y la segunda vuelta estableció el escenario definitivo para los próximos cuatro años. Entonces, el acuerdo entre partidos, movimientos e independientes es forzoso y los cabildeos, diálogos y negociaciones son inevitables. Hasta la víspera de la primera reunión, sobre los arreglos y sus condiciones, solamente hay rumores y declaraciones semioficiales. Lo único claro es la conformación una mayoría móvil. Y en esto, las experiencias previas son tremendas. Al inicio funcionan, pero al final, terminan desintegrándose y desprestigiándose.
En el Ecuador, la política es el arte de lo imposible. Cuatro meses atrás, el movimiento UNES de Rafael Correa y la alianza de Creo con el partido Social Cristiano eran antagonistas irreconciliables. El correísmo no se cansó de tachar de banquero neoliberal y causante del feriado bancario a su adversario. Pero, tras el triunfo de Guillermo Lasso, el panorama cambió. La noche de la derrota el aprendiz de absolutista felicitó a su contrincante y poco después desde Bélgica se ofreció apoyo al nuevo gobierno. Los acuerdos son necesarios y cuando se realizan a la luz del día son legítimos. Lo contrario es reprochable.
La mayoría de provincias apoyó la propuesta de poner fin a los 14 años de corrupción y falta de libertad. Ahora, llama la atención que se esté pactando con los representantes del desfalco del país y los prófugos de la justicia. También preocupa que el movimiento indígena y la Izquierda Democrática no faciliten un acuerdo de gobernabilidad. La democracia implica tolerancia y respeto, sin rebasar ciertas fronteras. Por ahora resta esperar que la presidencia de la Asamblea no sea el pretexto para forjar amnistías que dejen en la impunidad delitos que saltan a la vista. Vale recordar que, en Argentina, el presidente Macri trató con el kirchnerismo, que no dudó en hacer que el gobierno fracase, para retornar a la Casa Rosada. (O)